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Desde pequeños aprendimos a percibir la vida basándonos en dualidades. La enseñanza primaria estuvo centrada en responder sí o no, y reconocimos las acciones socialmente decretadas como buenas o malas. Es como si parte de nuestra formación elemental como ser humano pudiera encontrar su base en estos dos puntos.

A medida que crecimos, se fueron sumando nuevas situaciones aprendidas que lentamente forjaron nuestro carácter y determinaron una personalidad única; esa que ahora nos hace actuar de tal o cual manera y que se convierte en una seña personal para ser leídos y percibidos por otras personas. Somos nuestras acciones, palabras y sentimientos.

¿Qué hay de aquellos valores que no pudieron ser enseñados en una etapa temprana de la vida? Es cierto que nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron con nuestra educación intelectual y emocional, pero hay aprendizajes que solamente vienen con el tiempo. Esos que se manifiestan en forma de golpes de vida, azares y casualidades.

En “La bondad”, de la poeta palestino-estadounidense Naomi Shihab Nye, leemos los versos de quien nos habla desde un aparente estado de “superioridad emocional” sin pretensiones. ¿Alguna vez has hablado con alguien que emana sabiduría o que simplemente lleva el sentimiento al borde de sus palabras? En este poema y con esta poeta, ése es el caso.

Resulta un poco difícil considerar que podremos encontrar una definición de la bondad a partir de los versos de alguien a quien no conocemos, pero es posible y la poeta logra este acercamiento hablándonos desde la universalidad de la experiencia humana: el fracaso.

En su discurso envuelve la imposibilidad de haber experimentado la bondad sin antes haber perdido todo cuanto amábamos; dándonos a entender que solamente podremos ser bondadosos con nosotros mismos y con los demás, cuando la vida nos ha reducido o sometido; cuando nuestros miedos se han hecho realidad y cuando estuvimos muy cerca de no tener nada.

Después de un punto tan bajo, poco a poco y con aires de calma surge una fuerza interna que de ahora en adelante promete acompañarnos. Ha sucedido. Hemos probado nuestra propia humildad como seres humanos y, a cambio de eso, ahora caminamos con una bondad nunca antes experimentada: la propia.

Llegar a ella no fue fácil y la confusión se hace presente cuando no sabemos después de cuánto tiempo surge ni en qué momento. Pronto la reconocemos en ese amor inexplicable que sentimos por uno mismo, ese que fortalece y renueva.

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