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Cuando uno crece comienza a parecer más dependiente de ciertas creencias que puedan resultar verdades tranquilizadoras; como si tuviéramos una manita invisible de la que pudiéramos agarrarnos para no temer ante todo lo que ocurre y así continuar con pasos seguros. Muchos le han puesto un nombre y tiene tintes religiosos, otros lo conocen como una fuerza interna que responde plenamente al amor propio. De cualquier manera, la realidad es que somos seres que necesitan algún tipo de cuidado.

Pensemos en la última vez en la que nos salvamos de algo. Pudo haber sido cualquier cosa; un descuido manual que significaría el sonido del vidrio de un vaso rompiéndose contra el suelo, un tropiezo que no terminó en unas rodillas adoloridas por un impacto seco, o un segundo en el que nuestras manos y pies fueron muy ágiles para salvarnos de una colisión desafortunada. ¿Fue algo que logramos nosotros o es que había alguien cuidándonos?

En el texto que corresponde a esta semana, leemos los versos que la poeta chilena Gabriela Mistral ha dispuesto con el título de “El ángel guardián”. En él, encontramos una serie de descripciones que naturalmente van dirigidas a ese ser del que hemos escuchado desde pequeños. Ese que parecía no corresponder a una categoría exacta porque nunca aprendimos dónde viven los ángeles. Ignoramos si están en el aire, si son una sombra que nos sigue, si están en la mirada de la mamá o en la caricia de la abuelita. Hasta ahora no sabíamos cómo era.

Nos enteramos mediante palabras perfectamente expuestas que dicho ser no tiene un cuerpo humano, sino que lo que pudieran ser sus extremidades son más bien alas. También que sus cabellos son suaves, como quizás hemos imaginado, pero no son rizados ni rubios; ese invento solo existió para confundirnos. Otro enfoque lo encontramos en sus ojos, de los cuales no precisamos saber el color, solamente tener en cuenta que son amables y que si nos miran sentimos sosiego. Se dice que ha estado y que siempre estará.

Si existe o no, estoy segura de que todos lo hemos visto o quizás sentido; porque no somos ajenos a un cuidado que viene de las personas que más amamos. Pudiera ser una extensión de nuestra esencia o en efecto “un algo” que llega de cielos lejanos para cuidar de nuestros días. Me gusta la idea de que posiblemente adapte formas y voces distintas; entonces la posibilidad de haberlo conocido se hace más real. Quizá no creemos, pero definitivamente confiamos.

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