|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Victoria abrumadora, total y sin reproches. Del medio punto de ventaja de Calderón en 2006 a los 30 puntos que obtuvo sobre su más cercano rival en 2018 hacen incuestionable la decisión de los ciudadanos mexicanos que dotaron de legitimidad democrática sin sombra de duda a Andrés Manuel López Obrador, que, de encima, tendrá cómodo respaldo en las dos cámaras del Congreso de la Unión para que cumpla lo que nos prometió a todos. Y no me estoy volviendo chairo (ni de los ilustrados ni de los otros), tampoco amlover. Yo no voté por él ni lo volvería a hacer.

Como pocas veces –creo que ninguna- en la historia de México, el candidato de la eterna campaña obtuvo una victoria prístina e indubitable “a la tercera” en una jornada en la que –para mí- lo más digno de encomio fue la muestra de civilidad de millones de electores (más del 60% en el país y, como siempre en Yucatán, puntero en presencia en las urnas, de alrededor del 73%, según las pocas cifras del Iepac). Aunque hay quien señala que en realidad apenas el 30% de los ciudadanos lo eligieron, el hecho es que recibió la bendición de los votos y su legitimidad es inatacable.

¿Qué sigue ahora? Que los mexicanos –los que por él votaron y los que no lo hicimos- le exijamos el cumplimiento cabal de su reiterada promesa de irse de frente contra la corrupción, la impunidad y la pobreza (muchos ya esperamos nuestras pensiones duplicadas, el dinerito extra sólo por ser viejos y que ya no haya diarios gasolinazos). Es nuestro deber ciudadano y cívico vigilarlo de cerca, ejercerle marcación férrea, ver que la cauda de personajes impresentables por muchos motivos no lo rodeen de una muralla impenetrable ni le impidan cumplir lo que ofreció al “pueblo bueno” que vio en él la posibilidad de salir de su postración económica y social.

Hoy es día de felicitarnos, de celebrar que somos un pueblo maduro y que supimos procesar cívicamente en las urnas nuestra diferencias. Los gestos de José Antonio Meade y Ricardo Anaya deben valer algo ante sus simpatizantes. A eso nos atenemos quienes disentimos del ganador. La lealtad política no se cambia, pero sí obliga a reconocer que hoy no ganamos la elección.

Sabemos que no todo se gana para siempre y que la legitimidad se tiene que refrendar todos los días con el cumplimiento de la palabra. Ojalá sea verdad que AMLO no es uno más de “la mafia del poder”. Esperamos que muchas cosas cambien para mejor. El “pueblo bueno” le confió sus sueños. Que no los vuelva pesadillas.

Lo más leído

skeleton





skeleton