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Se suele pensar, en algunas ocasiones, que existen cosas en la vida que siempre permanecerán del mismo modo, es decir, situaciones, personas y sentimientos, que han de acompañarnos en el camino trascendiendo a la par de los pasos. Sin embargo, se nos olvida que, como seres humanos, siempre estamos en constante evolución y que somos presas de los designios que son trazados por las circunstancias que nos rodean, y es entonces cuando no queda más que aceptar la realidad y ser objetivos al respecto, pues existen elementos que se encuentran fuera de nuestro alcance y que simplemente no podemos controlar.

Entender es difícil, pero admitir lo es mucho más, sin embargo, es necesario aprender a ser como el mar que nunca permanece estático y que se va adaptando a su entorno y condiciones que forman parte de él. Es por ello, que, si al mismo lo transformamos en una alegoría de la vida, podemos encontrar en él un sinfín de comparativos con nuestro existir, que algunas veces se halla en calma y otro tanto abre paso a tempestades. Sin embargo, dentro de la profundidad, y de aquello que muchas veces es invisible en apariencia, se encuentran las maravillas más hermosas de cada quien o las partes más peligrosas, y esto segundo es lo que, si no se contiene, puede azotar como un huracán y derribar todo lo que se encuentre al paso.

Dentro del inmenso océano de emociones y cosas buenas y malas, se encuentran algunas que están sujetas como rocas en el interior, sin embargo, se nos olvida que el oleaje es capaz de desgastarlas, por lo que poco a poco han de desaparecer, dejando solamente una pequeña huella en el lugar donde solían estar, algunas recordadas con alegría y otras cosas con tanto dolor que permanecen grabadas, éstas son aquellas que ni el agua se puede llevar.

Hay que aprender a soltar y depositar en nuestras orillas, pues ahí ha de permanecer lo que ya no es parte de nosotros, lo que pudimos transformar y aquello que nunca podremos cambiar y que lo mejor es que permanezca ahí, para que podamos brindarnos la paz que tanto se necesita.

Poder nadar en las mareas es la clave, y a pesar de que esto implique un agotamiento, sólo bastará con hacer una pequeña pausa, respirar profundo y continuar, sin mirar atrás, pero sí ver de frente hacia lo que realmente vale la pena, hacia el nuevo futuro que deseamos construir con todo aquello que creemos necesario integrar, sin olvidar que todos somos océanos y que cada quien será el único responsable de aquello que deja ir y lo que ha de guardar para siempre como el tesoro más preciado, por lo que la convicción con la que se haga debe ser aliada, porque nada es para siempre y en el momento en el que menos lo pensemos, todo puede desaparecer y formar parte de un recuerdo que ha de desvanecerse con el tiempo, como simples huellas en la arena borradas por las olas de nuestro mar. 

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