|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Hace casi 100 años se casaron en Coyoacán. Diego Rivera y Frida Kahlo forjaron desde ese día una leyenda sinigual en México. Que gira en torno al arte; el de uno de los más grandes muralistas en la historia de éste y una de las máximas exponentes del surrealismo mexicano. Pero, si bien su historia se escribe alrededor del arte, la leyenda se formó del contexto histórico de su personalidad, su postura política, su amor y su rol en un periodo clave de la historia de México.

Los caminos de Diego y Frida tienen 2 etapas. La que caminaron juntos a su paso por México, y la que nació después, con la forma en que se les recuerda.

Sobre la primera, no tengo mucho qué decir, no soy quién para hablar acerca de estos dos monstruos de la plástica mexicana. Su obra ya lo dice todo.

Durante la primera mitad del siglo XX, Diego fue incuestionablemente el protagonista, mientras Frida era el personaje secundario. Fue el hombre y el nombre. El líder de todo un movimiento artístico y cultural. El deseado y perseguido por igual, por políticos, aristócratas y por el pueblo. Mientras tanto, Frida vivió “a su sombra”. Para Frida, las puertas no se abrían con la misma facilidad. Ya sea por la complejidad de su obra, el bagaje de su trayectoria, su edad… y también el momento social histórico en que vivíamos. Retos que tuvo que enfrentar simplemente por ser mujer en el México del siglo pasado.

Sin embargo, la segunda parte del camino ha sido distinta. A 70 años de su muerte, Frida y su obra ahora son vistos con otros ojos. El momento histórico de este tiempo la coloca como ícono del arte global. De la expresión personal, del feminismo. Una adelantada a su tiempo. Probablemente sea hoy la más popular representación del arte mexicano en el mundo. El año pasado encontré su exposición Inmersiva en Bélgica y me sorprendí de tantas mujeres emocionadas al llanto escuchando mariachi y viviendo su obra. En el sexto piso del Museo de Arte Moderno de Nueva York, entre Van Gogh, Dalí, Picasso y Magritte me encontré el “Autorretrato” de Frida, al que fue difícil acercarme por la cantidad de personas de todo el mundo tomándose “selfies”.

La segunda parte del camino de Diego le cobró una multa. Pasó de protagonista a antagonista. Las líneas narrativas de sus placeres, sus conquistas amorosas, su hambre de vida, que lo convirtieron en la envidia del México del siglo pasado, hoy lo transforman en un genio inmaduro, dominado por sus instintos más básicos. Un sapo panzón. Un hombre pequeñito que ensombrece la obra monumental del artista.

Libros como “La mesa herida”, de la española Laura Martínez-Belli, o “A la sombra del ángel”, de la cubana Kathryn S. Blair, son sólo un ejemplo de esta narrativa dispar que conduce a Frida y Diego por caminos muy distintos. Lo cual no es necesariamente bueno o malo.

Nuestro tejido social es cambiante. El movimiento feminista reivindica el contexto histórico de la historia y gracias a ello tenemos una sociedad más equitativa e incluyente, aunque es evidente que queda aún mucho por hacer.

Mientras tanto, la leyenda de Diego y Frida crece. Es difícil separar al personaje, del artista. La realidad seguramente está perdida en un punto intermedio del cúmulo de leyendas que existen a su alrededor.

Lo más leído

skeleton





skeleton