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El año está por concluir y con ello vienen una serie de pensamientos y emociones por demás encontradas. Algunas personas esperan con optimismo los primeros minutos de un año que nace lleno de oportunidades nuevas, mientras otros llevan en el ceño fruncido la experiencia suficiente para recordarnos que cada año es igual, y solamente se trata de ciclos. Lo cierto es que hay un encanto y un tono festivo en el aire.

Quizás inconscientemente anhelamos los inicios porque tenemos la urgencia de olvidar todo lo que nos ha herido y todo lo que hemos hecho mal. Un nuevo año es una nueva oportunidad, es cierto. Una oportunidad para mirar hacia adelante y prometernos nuevos esfuerzos y mejores cuidados personales. Pero, ¿qué pasaría si antes de recibir los nuevos trescientos sesenta y cinco días pudiéramos mirar al pasado y ser conscientes de todo lo que dejamos? Estoy segura de que no será necesariamente malo. Quizás entre guiños y recuerdos, encontremos los puntos exactos que han construido al humano que hoy está leyendo estas líneas. Tendríamos que mirar hacia atrás para sonreírnos y sabernos la suma de todas las experiencias vividas.

En la historia que corresponde a esta semana podemos encontrar similitudes a lo anteriormente dicho. Anticipo que entre las líneas de la historia conoceremos destellos instintivos y decisiones aparentemente imprudentes; de esas que podemos identificar como familiares.

“La miel silvestre” (1917), relato del escritor uruguayo Horacio Quiroga, cuenta la historia de Gabriel Benincasa, un contador que, al haber concluido sus estudios de contaduría, sintió la urgencia de hacer algo distinto y aventurarse a conocer la selva. Se preparó, calzó las botas carísimas y también una escopeta que en su vida había aprendido a utilizar. Al principio reinaban el optimismo y el sentimiento de ser invencible, pues la naturaleza no significaba un peligro, más bien era un medio para encontrar armonía y paz.

Los días transcurrieron y la lección mortal no tardó en llegar. La selva distó de ser lo que Gabriel imaginó, pues la idea romántica de la naturaleza suponía en realidad una serie de conocimientos que nuestro personaje no poseía. Desafortunado fue el evento cuando, ante un panal de abejas, Gabriel vio la oportunidad de comer ignorando el peligro que había detrás de un tipo de miel que no pudo anticipar como venenosa.

Que en este nuevo año, nuestras decisiones vengan con sabiduría y el crecimiento surja desde adentro.

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