Se quejaba de no tener manos hasta que... manejó una moto

Toño tiene semiamputados los brazos y no puede caminar, pero un invento yucateco -moto adaptada para discapacitados- le dio alas: esta es la bitácora de su vuelo.

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Antonio Pérez, como toro de lidia, de sangre caliente, 'tiraba' a salir, pero no podía hacerlo sin ayuda. Pronto dejó el encierro apoyado con una silla adaptada para discapacitados y pudo darle la vuelta al ruedo. (SIPSE.com)
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Las vida no es como el garrobo que le mochas las ramas y, al mes, ya las tiene igual… yo tengo 16 años (esperando) y las manos no me han crecido de nuevo (Antonio Pérez Flores, discapacitado)

Eduardo Vargas/SIPSE.com

I.Sin manos

Si este hombretón tuviera sus manos y las cerrara fuertemente no habría diferencia entre sus puños y los muñones que hoy, mientras habla, sacude violentamente frente a su rostro.

Cuando alza sus brazos sin manos, a la altura de su cabeza, semeja un toro de lidia, presto a la embestida.

La escena está partida: por un lado, su carácter afable y hasta bonachón; por el otro, su ceño fruncido para siempre por la ruptura de sus nervios ópticos y la apertura incompleta de su boca, semiparalizada del lado izquierdo.

El ‘toro’, acostado hoy en un camastro de hierro con hilos de plástico, recibió el 23 de noviembre de 1996 una estocada casi mortal: balazo en la columna vertebral -que le paralizó el 75 por ciento de su cuerpo- e incontables machetazos que le mataron para siempre dos sentidos y le “durmieron” por un tiempo otro más. 

Transcurridos 16 años de la noche más triste de su vida, Antonio Pérez Flores recuerda, en voz alta, cómo su excompañero de trabajo le cortó ambas manos y cómo él, paradójicamente, decidió cortar todo lazo familiar para mudarse a Mérida.

Tras refutar su muerte, bravo y emotivo, Antonio se aferraría ahora a la idea de recuperar la capacidad de trasladarse de un lugar a otro –sin manos no podía mover la silla de ruedas- y, por qué no, de trabajar para ganarse unos centavos.

No fue sino hasta cinco años después de llegar a Mérida que Toño conoció a Isabel, de quien obtuvo un invento 100 por ciento yucateco que le cambió la vida de encierro y cama que llevaba: una moto adaptada.

Pero esta es otra historia a la que Antonio llegará después de contar que aquel trágico sábado por la noche, en su natal Arriaga, Chiapas, comenzó a pagar una factura de algo que jamás “compró”.

En 1996, Antonio tuvo una noche trágica que se alargó por varios años hasta que llegó a Yucatán

No, el pleito no fue por faldas aunque dos mujeres, quizás sin saberlo plenamente, estuvieron involucradas: un “amigo” de Toño ardió en celos cuando supo, primero, que ambos estaban enamorados de la misma joven y, segundo, que la esposa de su “amigo” –de más está decir que era casado- confesó que Antonio, de espaldas, le daba parecido a su primer marido.

Días después de aquellas dos imprudentes confesiones, Toño regresaba de jugar futbol con unos amigos (entre ellos, su victimario) de un lugar llamado El Arenal, cuando de frente se topó con quien llamaremos “Juan” -jamás lo nombró durante la entrevista-, y quien supuestamente buscaba a un tercero...

-¿No has visto a La Borrega? –preguntó “Juan”.

-No –respondió Toño, mientras observaba discretamente el rifle y el machete de “Juan”.

-¿Y entonces tú qué, vas a “rajar”? Porque si es así, de una vez…

-¿Qué pasó, “Juan”? Tú ya me conoces…

-Entonces ¿vas a “rajar”? –insistió el victimario.

-Ya te dijeeee, ya me conoces cómo sooooy.

-Okey, lárgate pues –dijo “Juan”.

Cuando Toño subió el pie al pedal de su bicicleta para tomar impulso, sintió un fuerte golpe en la espalda que le sacó el aire y le quitó las fuerzas: cayó al piso sobre su lado derecho, con todo y bicicleta entre las piernas.

“El balazo no me dolió, pero me sacó el aire… Yo intentaba respirar y no podía. Cuando por fin logré jalar aire, alcé la cabeza y como mi camarada iba volteando mientras se alejaba alcanzó a ver que yo todavía estaba vivo y regresó a rematarme”…

II. Su mano derecha

La moto adaptada para discapacitados nació en Yucatán a causa de la “guerra de sexos”…

“A mis 19 años, comencé a buscar a la gente que participaba en eventos deportivos, carreras de sillas de ruedas. Tenía mucha inquietud porque yo no salía de la casa, y veía en el periódico que participaban y sobre todo que salía una mujer que (le) ganaba a los hombres y eso es un aliciente para una persona que nace con discapacidad…”

Habla Isabel Pérez Ortega, quien podría ser una discapacitada más de Yucatán, si no fuera porque hace más de 20 años donó una moto para hacer un “experimento” que, en 15 años de trabajo, ya la cambió la vida a unos 500 personas con discapacidad en el sureste de México, según cifras de 2012.

Con ese “experimento”, Isabel buscaba una forma de desplazarse sin necesidad de ayuda, pues sabía perfectamente que los autobuses urbanos no le darían parada, y que andar en taxi acabaría con los pocos ingresos, en caso de que pudiera conseguir un empleo.

En 1992, Isabel y sus amigos le plantearon su deseo de fabricar un vehículo adaptado a una tercera persona –a quien no identificó- y, juntos, comenzaron a tocar puertas.

Se acercaron a los gobernadores Dulce María Sauri Riancho y Federico Granja Ricalde, y de cada uno recibieron un “no” como respuesta. No fue sino hasta que Víctor Cervera Pacheco asumió la gubernatura, que Isabel y sus amigos recibieron el apoyo esperado.

Corría el año 1996 cuando, entre el ensayo y el error, Isabel y sus amigos lograron montar en la moto original una estructura que les permitía subirse con todo y silla de ruedas, y sin que fuera necesario el apoyo de una tercera persona.

La asociación civil Hacia Nuevos Caminos ha beneficiado a unos 500 discapacitados, incluido Toño

Isabel –hoy a cargo de la asociación civil Hacia Nuevos Caminos- explica que, con el paso de los años, igual que se transforma y se mejora una bicicleta de carreras, lograron adaptar una estructura tan resistente que reforzada podía (puede) aguantar el peso de tres personas…

Sin querer inventaron el tricitaxi y, por ende, el mototaxi… Pero esa historia no cabe aquí…

Isabel asegura que el apoyo del Gobierno del Estado sólo se recibió al principio, y que lo administró una tercera persona que no les rendía cuentas, pero que, sin embargo, les ayudó a conseguir las máquinas que les permitieron instalar la fábrica.

Así, en ese año, cumplieron el objetivo de instalar el taller en un local de la calle 84 entre 48 y 50, en el centro, cerca de la colonia Santa Rosa, en Mérida, donde hoy funciona la asociación civil, pero se enfrentaron a otro problema: la falta de capacitación para el trabajo.

-¿Y cómo le hicieron para fabricar la moto si no sabían? –se le preguntó.

-En su momento, “el señor” que nos comisionaron compró las máquinas de soldar y donde se compraron se preguntó cómo utilizarlas, y en este caso una persona –a la que señala en un foto dentro del taller- estuvo haciendo la producción de sillas de ruedas, carriolas y todos los demás instrumentos: Luis Alfonso Tello Collado.

El taller se especializó en fabricar aditamentos especialmente diseñados para las personas con discapacidad, es decir, de acuerdo con su limitación, su tamaño (su físico) y la necesidad que el propio discapacitado o familiares les señalaban.

"…no todas las personas con discapacidad son iguales, cada uno de nosotros es diferente, aunque en apariencia se vea que estás en un silla de ruedas y eres igual a todos, no es así: por pequeña que sea hay una variante en la situación, hay gente que no mueve los brazos y hay que hacerle cierta adaptación por la cuestión de los brazos…”

Ese fue el caso de Antonio, a quien tuvieron que hacerle, de acuerdo con las propias especificaciones del “cliente”, una adaptación que le permitiera manejar, si usar las manos, el vehículo.

En pocas palabras, las motos adaptadas eran (son) trajes a la medida… un “traje” que puede costar hasta 20 mil pesos…

Isabel Pérez Ortega, coordinadora de la fábrica de motos adaptadas para discapacitados.

III. Mano izquierda

La persona a quien Isabel prefirió no llamar por su nombre se llama Isaac Romo, y quien se dice inventor del tricitaxi y de la moto adaptada para discapacitados, a la que alguna vez pensó llamar “motodisc”, pero que nunca registró como invento…

Empresario del ramo bicicletero por “genética” familiar en su natal Guadalajara, don Isaac recuerda, en entrevista que, a principio de la década de los 90, solía viajar por placer a Yucatán, y que le llamó la atención la cantidad de bicicletas que se utilizaban.

Así que, un buen día, decidió venir con todo y fábrica, atraído por un proyecto con el que intentaba dar empleo a discapacitados, tal como lo hacían en la empresa familiar de la que él formaba parte en La Perla de Occidente.

Aunque el proyecto original nunca se llevó al cabo, Isaac permaneció entre tres y cuatro años hasta que se convenció de que en el ramo de las bicicletas jamás lograría hacerse un lugar aquí. Entonces, decidió regresar a la Guadalajara.

Pero durante su estancia en Yucatán conoció a varias personas con discapacidad a las que, sin sueldo fijo, les ofreció empleo con el fin de que se capacitaran para el trabajo; entre esas personas estaba Isabel.

“…parte del interés que tenían de estar en el taller era hacer sus propios equipos para generar su propio movimiento… y posteriormente comenzaron a surgir las ideas”.

Isaac recuerda que el proyecto original de la moto adaptada surgió después de varios intentos, de adaptar estructuras, a las que, incluso, les pusieron “rueditas”; pero, al final, todo implicaba que el usuario tuviera que recibir ayuda de alguien para subir y bajar su silla de ruedas.

Fue en ese entonces que Isabel donó la moto que más tarde formaría parte del nuevo invento…

“Tardamos como mes y medio en hacer el prototipo y lo más bonito fue cuando lo sacamos a la calle, que bajamos la estructura de donde lo teníamos montada para fabricarla y que vimos que funcionó (…) primeramente lo probó unos de mis hijos que no iba en silla de ruedas, que era más fácil que evitar una accidente...”, recuerda don Isaac.

"Es difícil trabajar con discapacitados si la discapacidad la tienen en la mente", Isaac Romo

Pero, para lograr fabricar en serie –y en serio- el invento, los creadores necesitaban dinero y el Gobierno, hasta entonces, había hecho oídos sordos.

Un día, –cuenta don Isaac- en un evento oficial con discapacitados al que acudió a despedirse de sus amigos, escuchó, por los altavoces, su nombre: era el propio Víctor Cervera Pacheco, quien lo llamaba…

-Estoy enterado de lo que usted está haciendo y aquí cuenta con todo mi apoyo –le dijo Cervera, según recuerda “el señor” Romo.

Ese mismo día, tras una larga espera en Palacio de Gobierno, don Víctor le resolvió un crédito para que fabricara sillas de ruedas y pudiera capitalizar el proyecto.

Hasta ahí, de acuerdo con la idea original: que las personas con discapacidad que laboraban en la fábrica tuvieran el apoyo para fabricar sus motos –ya probada su eficacia- y darles empleo…

Pero el Gobernador –dice don Isaac Romo- pensaba más allá: darle movilidad a todos los discapacitados de Yucatán, que no tuvieran que depender de nadie para transportarse.

“… en ningún lugar han funcionado las rampas en los transportes porque si me toca la suerte de que cerca pasa un camión, pues ¡qué bueno!, pero si vivo a 10 cuadras tengo que llegar al camión (…) no vamos a resolver el problema así porque un camión equipado cuesta un millón de pesos y no es costeable”, le dijo Víctor Cervera a don Isaac.

Isaac asegura que ésa fue la semilla de la pequeña empresa que montaron él y sus amigos discapacitados, en la que él permaneció el tiempo suficiente como para ver la fabricación de unas 100 motos adaptadas, hasta que concluyó el proyecto original que hoy el grupo de trabajadores mantiene activo.

“A mí me preguntaban si me daba mucha dificultad trabajar con discapacitados y yo decía: ‘Mientras su discapacidad no esté en la mente, no hay problema’”…

Isaac Romo, inventor de la moto para discapacitados

IV. A mano

Antonio Pérez no conoce a Isaac Romo, pero ha recibido de él mucho más de lo que recibió de sus familiares, incluido su padre, a quien Toño perdió cuando apenas tenía seis años: fue encarcelado por matar a un hombre.

Pero esa historia la contará luego, cuando haya dicho por qué la ayuda de Isabel fue vital en su vida…

Aunque Toño no recuerda la fecha exacta en la que acudió en busca de una moto adaptada, su memoria no falla cuando dice que fue el encierro lo que lo impulsó a buscar, en primera instancia, un automóvil para poder ‘escapar’ del encierro.

Por supuesto, no había dinero para eso; sin embargo, una de las personas que apoya (un benefactor) en Ciudad Vicentina, el albergue donde vive Toño, la ofreció una moto automática (100 c.c.).

Tiempo después, Toño pudo entregarle a Isabel la moto, y explicarle tanto sus limitaciones como sus capacidades. Le dijo que podía operar la moto con sus muñones, así que juntos idearon el manubrio especial como el que hoy tiene su moto adaptada.

Aunque la máquina ya no es la misma –hoy su moto es de 150 c.c., de mucho mayor potencia- el “cuadro” que le hicieran en “Hacia Nuevos Caminos” permanece completo, pero deteriorado por el paso del tiempo y del desuso en que ha estado por largas temporadas cuando Antonio ha caído enfermo.

Toño, gracias a la moto, consiguió un empleo, aunque él prefiere no llamarlo así. Cuando puede –él sí requiere ayuda para subir su silla a la moto e incluso también que lo amarren para evitar accidentes- va a repartir pan.

“Yo ando en la calle como cualquier pelao”, dice, con la misma seguridad que ha mostrado durante toda la charla.

Sin embargo, Antonio quiere más porque tiene bien clara una lección que aprendió en el rancho de uno de sus tíos, ése que fue el único capaz de contener los ímpetus de juventud de Toño:

“El que tiene, tiene qué perder… el que no tiene, no tiene nada qué perder”, le dijo un día su pariente.

Pero Toño comenzó a perder desde que tenía 6 años de edad, cuando –recuerda- su padre –rifle y machete en mano- salió un día de la casa para ir a vengar dos afrentas: la violación de una de sus hermanas (tía de Toño) y la golpiza a uno de sus hermanos (su tío Antonio, quien le 'heredó' el nombre).

Antonio cree que la vida la pasó la factura de asesinato que su padre cometió por venganza

Ya juzgado y encerrado en el penal de Cerro Hueco, el papá de Antonio no permitió que ni esposa (mamá de Toño) ni hijos lo visitaran. 

Desde entonces, Toño y sus hermanas “vagaron” junto con su madre en busca de ayuda, porque no tenían nada.

Según Antonio, las hermanas de su padre vendieron todas las propiedades familiares con la intención aparente de sacar al papá de Toño de la cárcel, lo que nunca ocurrió.

Entonces, el niño de apenas 6 años, sufrió la primera gran pérdida de su vida…

Toño, como los toros de lidia, se volvió indomable y, con 8 años de edad, un buen día, se escapó "de las faldas" de su madre porque no le gustaba verla pedir para comer... "Nunca me gustó pedir nada a nadie", se justifica... 

Esa fue la segunda gran pérdida de su vida…

Anduvo de casa en casa con sus parientes; primero con una tías que lo querían meter a estudiar –lo que Antonio nunca quiso-; luego con una persona que lo explotaba; más tarde con otro tío que acabó por correrlo de su casa…

Y cuando la vida empezó a sonreírle porque había encontrado el rancho ideal para vivir –para variar, con otros de sus innumerables tíos-, sobrevino la tragedia que, como la sangre derramada aquella noche de un sábado de 1996, aún está fresca en su mente.

-¿Has pensado que esto que te ocurrió es una factura que te pasó el destino por lo que hizo tu padre? –pregunta el reportero.

-Pueda ser, sí he pensado, porque dicen que los errores que cometen los padres los hijos los pagan. Yo me he preguntado diciéndole a Dios: "¿Por qué, Señor?" Y llegas a la conclusión de que el porqué es una pregunta absurda porque no tiene fin, entonces tienes que empezar a decir: "Bueno, mis padres cometieron ese problema, ahora yo estoy aquí”.

La tercera gran pérdida de Toño –quizás la más grave- fue la noche en que le cortaron las manos y todo porque “no quiso” morir desde el primer impacto: el de la bala…

Toño no olvida que, tirado en la arena, inmóvil por el balazo en la columna, cometió el error de levantar la cabeza. Cuando su “verdugo” vio que seguía vivo, regresó, machete en mano, a dar la “puntilla” al toro.

A Toño sólo le quedó esperar algunos segundos -los más largos de su aún joven existencia (tenía 23 años)- para instintivamente tratar de defenderse; metió las manos para “frenar” los machetazos…

“Primero metí la derecha, pero luego pensé: ‘Mejor meto la izquierda y dejo la otra para poder comer’ y ahí ‘me descolgó’ todo el machete. Empezaron a caer los machetazos en la cara, la cabeza, la boca… Entonces, dije: ‘Señor, ayúdame, yo no quiero morir todavía'"…

… y Dios lo indultó… 

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