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…menester será que el buen Sancho haga alguna disciplina de abrojos, o de las de canelones, que se dejen sentir, porque la letra con sangre entra, y no se ha de dar tan barata la libertad de una gran señora como lo es Dulcinea, por tan poco precio

El Quijote II, 36

El español Francisco de Goya entre 1780 y 1785 pintó “La letra con la sangre entra” en correlación a los métodos de enseñanza de su época. Entre claroscuros el óleo es una crítica mordaz y denuncia de la práctica del maestro en el aula, quien ejercía el castigo físico a los alumnos que no aprendían. La idea se mantuvo por varios siglos desde Cervantes, cuando escribió al respecto en un pasaje de El Quijote. Es un hecho que el aforismo ha llegado a nuestros días con menor intensidad que antaño, hasta casi desaparecer la asociación de letra y sangre como didáctica eficaz para adquirir conocimientos.

Las referencias vinieron a mi memoria debido a que la pandemia nos lo recordó a quienes tuvimos la oportunidad de estudiar Etimologías Grecolatinas en la preparatoria, asignatura que para muchos fue un dolor de cabeza. La mayoría de las veinte y cuatro letras del alfabeto griego se han visibilizado por el Covid-19 y son parte de nuestras expresiones cotidianas. Sí, la letra nos ha entrado con sangre, quedando claro que hasta las tragedias pueden ser áreas de oportunidad. Aunque las letras griegas son utilizadas en la jerga especializada y técnica de otras disciplinas, es ahora que han ganado popularidad más allá de la comunidad científica, sustituyeron a las primeras nomenclaturas compuestas con letras y números por su complejidad una vez que la Organización Mundial de la Salud (OMS) detectó las constantes mutaciones del virus.

Sin importar la edad, nivel educativo o localización geográfica, las letras griegas -presentes hace poco más de dos mil quinientos años- están en las conversaciones, angustias y pesadillas. Desde la variante Alpha -primera letra del alfabeto- surgida en Reino Unido, pasando por Beta aparecida en Sudáfrica, siguiendo con la persistente y peligrosa Delta que se ha extendido desde la India al resto del mundo; las localistas Gamma en Brasil y Lambda en Perú; y, ahora, la mutación aparentemente benévola Omicron importada de África, hemos normalizado su pronunciación a fuerza del embate sanitario.

La OMS para no estigmatizar países, culturas, etnias y mucho menos a mandatarios, decidió omitir del sistema de nombres dos letras: Xi que podría asociarse al nombre del presidente chino -lo que ocasionó severas críticas de otros países que le atribuyen lo que califican guerra bacteriológica- y Nu que podría confundirse con nuevo, por lo que solo se utilizarán veinte y dos letras. Tenemos los dedos cruzados para que las mutaciones no las excedan a pesar de que están otras versiones del virus que, aunque nombradas, no son conocidas por no significar alto riesgo.

Rumbo al tercer año de la pandemia, rogamos llegar al final del alfabeto griego para ya. Omega, no tardes. 

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