Cómo se salvó Wang-Fô
Julia Yerves Díaz: Cómo se salvó Wang-Fô
Los problemas suponen soluciones porque nadie desea quedarse en algún tipo de estancamiento incómodo.
Para los malestares físicos buscamos remedios o doctores, para los corazones rotos se puede apelar al tiempo y al llanto.
Si el predicamento es monetario, desprenderse de los objetos de valor significa una nostalgia dolorosa que una vez superada se siente como elección sabia. Todo tiene solución; aparentemente. Encontrar problemas o buscarlos, son dos cosas muy diferentes.
Por una parte, uno puede andar respirando por la vida y de pronto esos azares desafortunados nos envuelven dentro de una circunstancia que definitivamente no contemplábamos en los días venideros y ahora la tenemos de frente.
Por otra, la pulsión del deseo por perjudicar se sabe consciente; puede sentirse en el estómago como un fuego apenas naciente que pronto se avivará hasta llegar a la boca o a las manos, para dañar.
Marguerite Yourcenar, en su cuento largo “Cómo se salvó Wang-Fô”, narra la historia de un viejo pintor quien, junto con su discípulo, se encuentran en una situación complicada. ¿Por qué? Cuestiones del azar y de las malas casualidades.
Wang-Fô, el gran pintor, y Lin, se encuentran viajando sin rumbo por el reino de Han. Lin, siempre cordial y amable hacia el viejo, carga los rollos de papel y todos los instrumentos necesarios para que su maestro tenga la libertad de admirar las cosas más ociosas e imperceptibles para los demás.
Un día son apresados y llevados frente a la máxima autoridad. ¿La razón? El joven emperador había pasado los años de su temprana adolescencia encerrado en un cuarto donde estaba dedicado a estudiar para su cargo futuro.
Solamente le rodeaban paredes y una vasta colección de las pinturas de Wang-Fô. Las conocía de memoria y las aborrecía porque era lo único que conocía del exterior.
La decepción, al mirar el mundo real, fue tan grande que decidió castigar al pintor por tan coloridas mentiras. Wang-Fô fue obligado a terminar una pintura suya y después sería privado de sus ojos y manos.
Entonces pintó y los trazos fueron tan largos que sobrepasaron a todos los presentes en la sala sirviendo de lienzos. Pintó un barco y también la bufanda roja que colgaba del cuello de Lin justo antes de ser decapitado. El mar en pintura viva lo inundó todo.
El viejo y su discípulo subieron al barco y navegaron lejos de la sala, más allá del cielo y lo concebible. Una solución improbable, por supuesto. Pero absolutamente hermosa.