Otoño, una pausa necesaria
Cristóbal, Leon Campos: Otoño, una pausa necesaria
El otoño, con sus atardeceres cargados de colores y ese viento fresco que nos advierte un invierno próximo, llegó hace unas semanas, y hoy deseaba hacer una pausa y discurrir el discurso con el placer de aquellos a quienes nada les calcina la existencia, pero no, no es posible, al menos para mí. ¿Y cómo podría detenerme a respirar trivializando la pluma mientras las bombas siguen cayendo en la Franja de Gaza –como desde hace décadas- y la mayoría de los medios de comunicación ocultan el genocidio que comete el sionismo israelí contra el pueblo palestino?
Y es que nuevamente la disyuntiva regresa lacerante partiendo en dos los caminos, ¿por dónde andar en un mundo que se cae a pedazos por los intereses de una minoría global que oprime a una mayoría pauperizada? Ese viento otoñal, mismo que nos aproxima a la víspera de los muertos que nos visitarán pronto, lleva consigo un tono melancólico que no puede dejarse de lado, pues no es solamente un sentimiento, sino que representa la razón fundamental del para qué escribimos y el porqué no es posible, al menos hoy, dejar pasar las letras y acomodarse en el sillón de la inconsciencia, ya que voltear la mirada a otro rumbo, es como la traición de quien se niega a sí mismo para congratular a su verdugo.
En este ir y venir de la vida, con sus estaciones y sus temporadas de fortuna e infortunio, lo que nos hace humanos es la capacidad de afrontar las situaciones sin necesidad de transgredirnos a nosotros mismos, manteniendo la conciencia intacta y fortaleciéndola con la mirada puesta en las necesidades urgentes, esas que demandan más que la buena voluntad y ameritan el ejercicio de nuestros actos a favor de una causa justa. La sensibilización ante el pesar de otros y otras es una de las condiciones superiores del ser humano, ya que es ahí donde adquirimos valores que trascienden la esencia original de la convivencia, para convertirla en la solidaria unidad del porvenir edificado con la dignidad.
A esta hora, en algún rincón del mundo –quizás a la vuelta nuestra-, el hambre se apodera de los cuerpos de miles de seres humanos y los lleva al extremo mismo de la autodestrucción, la intransigencia de la corrupta sinrazón del sistema devora la esperanza, esta espiral decadente nos arrincona más al tiempo en que buscamos en la utopía la razón de la existencia, y ahí seguimos, aunque las fuerzas flaqueen y el barco sea abandonado por aquellos que en la comodidad hallaron su guarida.
Este otoño, un poco más cálido por la crisis climática generada por el ser humano, se dibuja como un proceso de renovación precedente del invierno que vendrá, pues las bombas caerán por las franjas y las ciudades mientras no seamos capaces de superar el letargo adormecedor que significa la inconsciencia de que somos nosotros mismos, en lo colectivo como en lo individual, los causales de la tragedia que llamamos realidad.
Y aquí es necesaria esa pausa deseada, ese suspiro súbito que nos reintegra al nosotros para seguir andando por la vida sin importar la nada, debido a que la inexistencia de la ira es la cárcel del dolor consumado en la injusticia. Esta pausa, tan necesaria como urgente, no es más que el instante de autorreconocimiento que redobla las fuerzas y suscribe en la renovación el pacto de la razón y el sentimiento por el “mejoramiento humano”. El otoño respira los tiempos del porvenir humano…