Poeta esto, poeta lo otro
El Poder de la Pluma.
En un intento de comprender nuestro proceder como seres sociales, llegamos a la divertida conclusión de que competimos aun cuando no queremos competir. Quizá se trata de un impulso incontrolable para igualar cualquier situación y no sentirnos diferentes, ajenos.
O es que probablemente se trate de esa punzada incómoda que se siente cuando nos encontramos en situación de desventaja. Así, nos posee una inseguridad que amenaza con hacer evidente cada una de nuestras debilidades y luchamos contra eso, porque el terror de ser expuesto como débil es inaceptable.
Nadie quiere ser excluido, nadie quiere saberse inadaptado y nadie quiere cargar con el peso que significa no encajar. Entonces competimos. Nos esforzamos para ser tan competentes como el de al lado, y creamos un aire de seguridad triunfante que poco puede durar. ¿No la mejor competencia es la que hacemos en la intimidad de nuestra existencia, frente al espejo?
Niels Frank, poeta danés, trae para nosotros un poema que aparentemente no lleva un título específico, pero que sí carga con las palabras necesarias para engancharnos entre versos que hacen guiños a la prosa poética. Así, se dirige a un lector específico e inmediatamente reprocha la falta de conocimiento sobre un tema en particular: la escritura.
La aseveración duele porque no hay nada más peligroso e intimidante que alguien señalando los momentos obscuros que reconocemos como posibles cuando nos dicen: “Produces poemas en bata, pero no estás ni un segundo metido en ellos. Nunca has sentido
la poesía devastarte”. Algo incomoda y sacude esa idea de sabernos practicantes de las letras. Porque, ¿qué sabe Niels Frank de nuestro particular proceso creativo? Probablemente nada, pero ha logrado su cometido. En un primer verso ya nos encontramos defendiéndonos de la idea que el poeta decreta como cierta para que inmediatamente tomemos todas nuestras palabras y decir: oye, yo sí he sentido la poesía devastarme.
¿Cómo un poema resulta en acusación y reto? Sabemos conscientemente que esos versos no han sido dirigidos hacia nosotros, pero hemos caído en el juego. Cuestionamos nuestros talentos humanos y luchamos para no caer en terreno desalentador. ¿Y si nunca hemos sentido la poesía?
Bastará recordar que la competencia no rompe distancias ni acelera el tiempo; porque la verdadera rivalidad se debería vivir y llevar por dentro, en esas luchas diarias que, en papel o lejos de él, cuestan el aliento y la voluntad.