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Decía Gramsci que la hegemonía es el poder cultural de las clases dominantes para hacer que sus intereses se conviertan en el interés general. Toda hegemonía política es precedida siempre de una hegemonía intelectual y cultural que va permeando en las mentes los ciudadanos hasta normalizarse, hasta convertirse en un sentido común de época.

El neoliberalismo fue exitoso a la hora establecer sus premisas económicas a escala global, ya que logró dotarse de una base de valores, ideología y sentidos comunes (aunque estos lo nieguen) que se convirtieron en hegemónicos. ¿Cuándo sucede esto? La historiografía establece que el neoliberalismo toma el poder de manera global, en 1979, con Margaret Thatcher y, en 1981, con Ronald Reegan; de facto (y aunque a los librecambistas se ruboricen) el neoliberalismo tomó el poder manchado de sangre con el Golpe de Estado en Chile contra Salvador Allende en 1973 junto a la llegada de Milton Friedman y los Chicago Boys. Pero antes de la toma de poder, se desarrolló un trabajo intelectual (Hayek y las ideas de la Escuela Austriaca llegarían a la Universidad Chicago en 1950) que formaría a una clase dirigente que gobernó de manera hegemónica después de la caída del mundo de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.

¿En qué sustenta el sentido común del neoliberalismo? En una superioridad moral y epistemológica en la acción humana cuando se desarrolla aislada del conjunto de la sociedad. Es por eso que para los neoliberales la libertad es un absoluto que debe ser protegido por los demás, aunque ello implique morirse de hambre. Para los librecambistas no hay mayor bien que libertad de comprar y vender sin restricción alguna.

El Estado, entendido básicamente como un cuerpo social atravesado por instituciones de las cuales se ha dotado el ser humano para vivir en sociedad, se vio amortajado, vilipendiado y secuestrado en nombre del mercado. La vida en común ya no era no un espacio público en donde los ciudadanos se relacionaban, sino un mercado donde consumidores intercambiaban productos. Con el ascenso del neoliberal asistimos un proceso de despolitización del Estado en favor de un mercado total que fue abriéndose paso en cada una de las esferas del ser humano: la educación, el deporte, el amor, la amistad, el sexo, las reivindicaciones sociales, todo elemento relacional humano convertido en un producto.

Pero la utopía neoliberal de acceder a lo que quieras mientras se pueda comercializar un vientre de alquiler, un cuerpo, un amigo y/o una pareja, era mentira. Los atentados del 11-S sacudieron los cimientos del neoliberalismo y éste sacó a relucir su verdadero cariz autoritario. No es de extrañar que todo movimiento neofascista que se esté desarrollando en buena parte del mundo no esté peleado con la distribución de la riqueza en el mundo. En el fondo, el neofascismo de traje y cortaba, no es más que una restauración del orden neoliberal, del capital con el uso de la fuerza. Ni más ni menos.

Es por eso que a contracorriente de un discurso perverso e interesado que busca definir a la política como una ciencia de ladrones y mentirosos, hay que reafirmar el valor de la política como práctica de transformación social y resolución de conflictos más allá de los desencantos que pueda generar.

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