|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Iniciar una vida laboral es realmente algo mágico, digo magia recordando que ésta es un conjunto de sentimientos y emociones indescriptibles, que conjuga la ilusión, el asombro, el miedo, los nervios y la alegría, entre otras.

Inicio septiembre cumpliendo mi primer año laboral ya titulado, pues en nuestra carrera primero experimentamos dos años con el internado y el servicio social. Ahora fue el turno de buscar empleo, de salir a la calle, preparar mi currículum y tocar puertas, así llegué al mejor lugar en donde pude estar, la Clínica de Mérida, donde la capacitación es constante, lo cual me aventajó al momento de adquirir experiencia al lado de grandes médicos que en su mayoría, de buena gana, te señalan tus áreas de oportunidad.

En un principio, buscar en dónde trabajar no fue fácil, en primer lugar porque mi cédula profesional no llegaba; en segundo, porque nadie quiere a un recién egresado, y en tercero, porque la paga, en la mayoría de los lugares, es pésima, convirtiéndose en una prostitución de nuestra carrera ganando 30 pesos por consulta y viendo aproximadamente a seis pacientes al día.

Pero ya iniciado en el empleo, teniendo por fin la oportunidad de ver pacientes por cuenta propia, es que aprendí que la carrera de medicina apenas empieza al momento de ejercer, pues a diario aprendo algo nuevo, observo cómo las enfermedades no son las determinantes de la vida de un paciente, sino sus antecedentes, su estilo de vida o apego al tratamiento. “Existen pacientes, no enfermedades”, decían mis maestros y tienen toda la razón, cada persona vive la enfermedad de diferente forma, a algunos les duele más, otros la afrontan con mejor actitud y en otros el desarrollo de la misma es incierto.

Cuando empecé a estudiar medicina pensaba que me dirían que si un paciente tiene “tales” síntomas entonces tendría “tal” diagnóstico y con ello se podría dar un tratamiento específico. ¡Para nada!, aunque existen guías para cada patología todos los pacientes son diferentes. Ser médico es vivir con adrenalina, nunca sabes qué habrá detrás de la puerta, es como jugar al detective, interrogar al enfermo y al testigo, tratar de conocerlo, explorarlo cual caso policiaco, hacer estudios complementarios y así llegar a su problema para después pensar qué medicamento podría serle provechoso, pues no todas las medicinas hacen el mismo efecto en todos.

Este año ha sido inigualable, lleno de emociones que me hacen recordar por qué estudié esta carrera, un año que se disfruta pese a la incertidumbre del futuro o el poco respeto que se le tiene ahora al médico. Un año de seguir aprendiendo, de empezar a vivir el sueño que en tantas noches, guardia a guardia, deseaba. Y no me puedo despedir sin antes agradecer con el corazón a quienes me han acompañado en este sueño: en primer lugar a mis padres y a mis abuelos; al Dr. Jorge Colomé, a la Dra. Abril García, a mis compañeros y amigos de trabajo y sin duda a mi tío, el Dr. Patricio Correa, quien jugó un papel fundamental para que inicie esta carrera y pueda como él ser llamado también doctor.

Lo más leído

skeleton





skeleton