|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Cada diciembre las personas abandonan la rutina para entregarse al acto del regreso. El retorno puede tener destinos diversos. A mí me gusta imaginar la casa de los padres. Con maletas en mano y tras viajar varios kilómetros, los hijos viajan a la casa de quienes los vieran nacer y crecer, en ocasiones con los hijos propios. Si el inmueble no fuera el mismo, a éstos solo les bastarían unos cuantos sabores y olores para evocar los primeros años de la infancia.

Sin embargo, para otros este destino se vuelve improbable, pues la romantización de las cenas familiares, estimulada por los kilómetros y los años, les hizo olvidar ciertos episodios que los alejaron por lo mismo. Y cómo olvidar a quienes no tendrían por qué lidiar con las preguntas de los tíos sobre el trabajo, el dinero, el matrimonio, el noviazgo, los hijos.

En otras circunstancias, el regreso es hacia lo intangible, aunque no lo fuera en un principio. Para ellos las ocho horas de oficina eran mera distracción, ya que los mantenían lejos de la idea de no ver más a un ser querido en la mesa durante la noche del 24 de diciembre.

Así, casi siempre regresamos, o eso quisieran algunos, a la cena de Navidad que vivimos los primeros años. A pesar de que nunca suceda como deseáramos, hay un regreso de variada naturaleza.

A mí me gusta regresar a un cuento de Truman Capote. Cuando leo “Un recuerdo navideño”, me siento como en aquellos días, que sin saberlo no volvería a vivir.

Este año ya he cumplido con esta tradición personal y como suelen decir los que leen, hice un nuevo hallazgo en el cuento. La primera vez que lo leí supe que el recuerdo navideño de Buddy, el niño y narrador de la historia, se basa en la preparación anual de las tartas en compañía de esa adulta mayor en superficie, pero con alma de niña, que vivía en su casa.

Hasta ahí conocí la historia visible, pero, conforme fueron pasando los años, algunas obviedades se hicieron menos y ahora me parece más evidente el antagonismo de los adultos hacia los protagonistas. Como el hecho de que las tartas debían ser regaladas a desconocidos, a quienes sentían más cercanos que a los adultos de la casa. Así como que solo durante el desayuno navideño, todos los demás dejaban las posiciones adulcentristas y, por lo mismo, de señalar las aventuras caseras de Buddy y la anciana.

He ahí mi tercer y último hallazgo. La cercanía e intimidad no es necesariamente con quienes se pasa la Navidad.

Lo más leído

skeleton





skeleton