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Imagina que por alguna razón tu hija pequeña o tu padre con Alzheimer se pierden, imagina que alguien los encuentra vagando desorientados, los intenta ayudar, pero no pueden identificarse y tampoco saben cómo regresar a casa, ahora imagina que los tienen que llevar a un albergue para niños o ancianos en situación de calle mientras se averigua cómo regresarlos contigo, a tu hogar, a su comodidad. Piensa cómo te gustaría que se les trate, qué cama, qué baño, qué personal, qué comida quisieras que recibieran, qué calidez en el cuidado y la atención. Ahora piensa, cuál sería la realidad si se perdieran hoy, si hoy los llevaran a un albergue, piensa cómo se sentiría tu hija o tu padre, cómo te sentirías tú.

Sólo así, poniéndote un poquito en los zapatos del otro podemos empezar a entender que es nuestra obligación moral regresar al sistema un poco de lo que nos da o de lo que tomamos de él colaborando con las organizaciones dedicadas a atender a los sectores vulnerables de nuestra sociedad.

La metáfora del barco nos recuerda que todos estamos en el mismo mar, enfrentando las mismas tormentas, pero algunos van en yates mientras otros luchan por mantenerse a flote. En este contexto, es responsabilidad de aquellos que tienen más recursos y privilegios tender una mano, proporcionar salvavidas y embarcaciones para procurar que nadie se ahogue.

Sin embargo, incluso dentro de círculos comprometidos con la responsabilidad social, a menudo se menosprecia la importancia de la calidad en las acciones altruistas. Se sugiere que proyectos demasiado bien ejecutados pueden alejar a posibles colaboradores al dar la impresión de que no se necesitan recursos adicionales. Esta perspectiva plantea la pregunta incómoda: ¿deberíamos aparentar estar pidiendo limosna para atraer la atención hacia nuestras causas? No se trata de hacer acciones “jodidas” para ciudadanos “jodidos”.

Dar unos pesos a un mendigo, ayudar a un anciano, comprarle una torta a un niño, regalar la ropa que ya no te sirve, son actos básicos de humanidad. Es lo mínimo indispensable para separarnos de la indiferencia, la complicidad y la crueldad. La verdadera responsabilidad social implica un compromiso activo con la mejora de nuestro entorno, nuestra comunidad y nuestra sociedad en su conjunto. Las organizaciones de la sociedad civil desempeñan un papel crucial al llenar los vacíos que ni la sociedad ni el Gobierno pueden abordar por sí solos.

Es fundamental reconocer que la inversión en la sociedad no sólo es un acto de generosidad, sino también una estrategia inteligente para asegurar un futuro sostenible y próspero para todos. La desigualdad y la polarización social no sólo amenazan la cohesión de la sociedad, sino que también alimentan la inestabilidad económica y social. Invertir en cerrar la brecha socioeconómica y fortalecer el tejido social es esencial para construir un mundo más equitativo y seguro para todos.

Ya sea por solidaridad o por interés propio, todos tenemos un papel que desempeñar en la construcción de una sociedad más justa y sostenible. Es hora de dejar de lado los patrones negativos y trabajar juntos para crear un mundo donde todos tengan la oportunidad de prosperar.

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