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Le achacaba ser “una gente muy pueblerina, muy provinciana”, desconfiada de todo el que no pertenecía a su círculo cercano: "No tuvo un consejero inteligente, exceptuando Suárez, el secretario de Hacienda; todos los demás eran gentes atropelladas, muchas veces deshonestas, simplemente demagogos”. Esta descripción no es de quien está usted imaginando, aunque le viene “como anillo al dedo”.

Estos rasgos son –en la descripción que Daniel Cosío Villegas (citado por Enrique Krauze en Letras libres del 12 de agosto de 2019)- los de un personaje político, un presidente de los que el ilustre intelectual llama “magníficos destructores”: el general Lázaro Cárdenas del Río, uno de los referentes de la 4T.

Cosío Villegas –nos dice Krauze- no escatimó elogios para el divisionario michoacano, “cuyo gobierno consideró uno de grandes impulsos generosos, aun si los medios para alcanzar sus fines le parecieron a veces incomprensibles”.

“Fue un hombre realmente notable pero incapaz de tener nociones generales de las cosas, de allí su afán de verlas con sus propios ojos, su perpetua movilidad”, apunta don Daniel, a quien, siempre según Krauze, le desconcertaban esos rasgos del Tata. ¿Le dice algo de cierto personaje de la política de hoy? A mí también.

Eran casi coetáneos. Tuvieron únicamente dos encuentros. El primero, no muy afortunado, ocurrió en 1935. Cárdenas le encargó (a don Daniel) un estudio sobre Yucatán. Cosío desahució el futuro de ese estado como productor de un solo cultivo y el presidente desechó el diagnóstico. Quizá de esa experiencia provino su convicción de que Cárdenas tenía “una alergia al intelectual inteligente”.

Es probable que por eso, porque no congeniaba con los inteligentes y era reacio a aceptar sus opiniones cuando ya había tomado una decisión, es para los seguidores del presidente López Obrador “el más importante consumador de la revolución mexicana, que fue la tercera transformación” y “fuente de inspiración y ejemplo a seguir” para la cuarta transformación.

Conviene precisar –seguimos citando a Krauze- que Cosío fue partidario de la Reforma Agraria, pero en 1935 advirtió: “Esta obra necesita de una planeación inteligente, un esfuerzo constante y enérgico, un entusiasmo fervoroso y desinteresado, y una total desvinculación de la política”. Nada de eso pasó.

Breve acotación: don Daniel no falló en su diagnóstico sobre el campo henequenero, el general Cárdenas sí lo hizo en la ejecución de su programa de reparto agrario lanzado en Yucatán: de entrada, la que los izquierdosos llaman “la oligarquía” logró –con buenas y malas artes- mantener en su poder las haciendas más productivas y las desfibradoras. Los campesinos henequeneros fueron víctimas, además, de la corrupción que se instaló rampante en las instituciones crediticias que con diversos nombres los aherrojaron a una nueva nojoch cuenta (como en los mejores tiempos de las haciendas) con las instituciones que financiaban a los ejidos, cuyos líderes, en su mayoría, se constituyeron, junto con empleados del gobierno encargados de suministrar los créditos, en los nuevos amos, al igual que en propietarios de las cantinas donde los campesinos gastaban el poco dinero que les llegaba embruteciéndose con licor barato.

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