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La noche del 29 de abril de 1945, dentro del búnker donde pasarían sus últimos días, Adolf Hitler decide casarse con Eva Braun, la joven fotógrafa que lo cautivó dieciséis años atrás y quien permaneció fiel y estoica a su lado hasta su muerte, dos días después de su boda. “Al final de mi vida, he decidido casarme con la mujer que, después de muchos años de verdadera amistad, ha venido a esta ciudad por voluntad propia, para compartir mi destino”, fueron las palabras que dictó Hitler en su testamento.

¿Amor u obsesión?, no se sabe a ciencia cierta, pero finalmente el sentimiento que puede unir a dos personas es lo que nos hace humanos, incluso al mismo Hitler. Miles de páginas se han escrito retratando el horror causado por la invasión nazi, y todas esas páginas no dejarán nunca de impactarnos; la noche más larga de la historia es sin duda la que se vivió en los campos de concentración.

Pero en casi todas las historias y testimonios donde la muerte lo niebla todo hay un mensaje de esperanza, el otro sentimiento que nos hace humanos, que nos mantiene aferrados a la cuerda de los sueños y la vida; así se aprecia en “La guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexievich, o en “El hombre en busca del sentido”, de Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto.

Y aún así las palabras no bastan para describirlo, pero las imágenes son contundentes: en ellas quedó plasmado el horror que llevó a miles de judíos a la muerte, algunos inmediata y otros a causa de las cámaras de gas, trabajos forzados, el hambre o las enfermedades contraídas por las condiciones inhumanas en las que vivieron sus últimos días.

En el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México hay una exposición permanente dedicada al Holocausto. Cada fotografía es desgarradora, pero sin ellas el registro histórico de esos años de terror no existiría. Son tantas, pero me detengo particularmente en una, un niño desnudo retratado junto a un anciano y una mujer justo antes de introducirlos a la cámara de gas, y sin embargo, en su inocencia el niño sonríe, sin imaginar que no habría un mañana para él ni para miles, la obscuridad y la niebla de gas fue su última visión y su último suspiro; y me pregunto si nosotros que tenemos un mañana, una luz ¿sonreímos, amamos con intensidad o respetamos y toleramos a nuestros semejantes? En nuestra frágil memoria olvidamos que somos producto de nuestras decisiones, dentro de nosotros potencialmente tenemos la capacidad de ser tan obscuros como la noche o ser luz para alguien más, finalmente la decisión está en cada uno, y cada día en los noticieros y en las redes sociales solo se aprecia que la intolerancia nos está llevando de nuevo a la obscuridad.

*) Noche y Neblina era el eufemismo utilizado por los nazis para referirse a prisioneros que serían aniquilados sin dejar rastro

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