Fantomas y las bibliotecas perdidas, saqueadas o quemadas (II)

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Una parte de las viñetas de Fantomas contra los vampiros multinacionales muestra el estado de alarma mundial por una serie de robos, ya que cientos de libros raros y peculiares habían desaparecido de las bóvedas de las bibliotecas más importantes de Londres, París e Italia. Como es usual (en las historietas), la policía se movilizó para encontrar a los culpables y así poner punto final a este atentado en contra el patrimonio cultural de la humanidad. La sustracción ilícita y el robo hormiga en importantes bibliotecas son, lamentablemente, algo relativamente frecuente. Nuestro sistema de justicia, así como la opinión mayoritaria, pasa por alto la gravedad de este tipo de actos que minan nuestras posibilidades de conocer nuestro pasado a través de las evidencias materiales del desarrollo de la cultura impresa, literaria y gráfica.

¿Quién desearía robar un libro? Gente obsesionada con una obra en particular, personas ociosas o letradas, estas últimas desean satisfacer su “amor” por la cultura apropiándose indebidamente de libros raros que, a su juicio, “nadie lee” o que pueden estar más protegidos de estar en sus manos. Este último género de ladrones es el menos común, pensaríamos que de esos no hay en Yucatán, la verdad es que nuestras instituciones culturales han tenido que lidiar con uno que otro caco digno de aparecer en las páginas de Fantomas.

La Biblioteca Central “Manuel Cepeda Peraza” tiene una que otra historia que contar, sus más de cien años de existencia ofrecen un amplio catálogo de sucesos, dentro de ellos nos topamos con un robo de gran importancia. Crescencio Carrillo y Ancona fue un célebre personaje del siglo XIX, obispo e historiador que en su calidad de director del Museo Yucateco reunió una considerable cantidad de libros y manuscritos, los más importantes fueron los Chilam Balam de Chumayel, Kaua, Tizimín e Ixil. A la muerte del religioso la custodia de tan valiosos testimonios de la cultura maya colonial recayó en la Biblioteca “Cepeda”. Los bibliotecarios los resguardaron con tanto ahínco que su existencia pasó desapercibida por mucho tiempo. Para sorpresa de propios y extraños todos fueron robados entre 1915 y 1919, su destino fue la venta al extranjero.

El robo de no sólo sucede en bibliotecas de libros raros y antiguos. El 28 de junio de 1922 se dio a conocer que “se ignora el paradero” de varias obras literarias de la Biblioteca Pública de Espita y se llamó a las autoridades a iniciar una “enérgica investigación”. En una fecha cercana se reportó “la desaparición misteriosa” de libros en la Biblioteca Pública de Ticul, los defensores de la paz municipal realizaron una “inspección ocular” sin lograr esclarecer nada. Perder libros era un asunto delicado, tan es así que a mediados de 1925, la Universidad Nacional del Sureste solicitó la devolución de libros tomados a préstamo de su Biblioteca so pena de exhibir en la prensa el nombre de los deudores. Pero claro, estos no son los únicos casos significativos de robo. (Continuará).

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