Sedena y Semar, refuerzos
El poder de la pluma
Desde hace varias semanas comenzó a filtrarse en redes sociales: el Ejército y la Marina estaban solicitando personal médico y de enfermería (por al menos seis meses); el primero pretende contratar a casi 3,700 profesionales de la salud, mientras que la naval, “el que se requiera” para hacer frente a la pandemia del coronavirus.
Así que no tomó por sorpresa el anunció del pasado martes de que, al declararse la fase 2, las fuerzas armadas reforzarán la lucha contra el Covid-19, un nuevo reto para el Ejército y la Armada, pues sus planes DN-III y Marina no prevén este tipo de contingencias, porque no se habían presentado. Será, como en la lucha contra el narcotráfico, un aprendizaje en el campo de batalla complementar las capacidades del sector salud.
El Ejército pondrá a disposición hospitales militares, se encargará de la compra y distribución de medicamentos, activará y administrará hospitales provisionales; mientras que la Armada dispone de 79 establecimientos para atender casos graves de coronavirus y 4,043 centros de aislamiento voluntario. Ambas dependencias cuentan con aeronaves, vehículos terrestres, buques, casas de campaña, campamentos, cocinas móviles, entre otros y, lo más importante, la probada preparación logística de su personal para desplegar todas sus capacidades en tiempo y forma.
Para ese propósito, la Secretaría de Hacienda liberó 4 mil millones de pesos adicionales a la Sedena y 500 millones de pesos a la Semar, lo que permitirá activar operativos por aire, mar y tierra para trasladar a enfermos, movilizar personal médico, equipo, medicinas, incluso instalar hospitales de campaña cuando y donde se requiera.
Se sigue así el ejemplo de países muy afectados por el letal virus y que han echado mano de las milicias, incluidas guardia nacional o sus reservas. Desde Asia hasta Latinoamérica se han desplegado operativos para contribuir a la “guerra” contra un enemigo invisible que se propaga con rapidez inaudita y para que el que aún no hay vacuna. El confinamiento sigue siendo una de las mejores medidas para contrarrestar sus efectos.
Por cierto, hace falta un control más estricto sobre las reservas en el país, pues bastaría llamarlos a los cuarteles, como indican las leyes de la materia, para tener disponibilidad de personal, para ésta o cualquier emergencia. Porque no solo se requiere el apoyo sanitario, sino también de la protección de instalaciones y el patrimonio de los ciudadanos, pues se van multiplicando los robos a comercios y tiendas departamentales, lo que puede elevar la inseguridad y provocar una crisis en el abastecimiento de productos, y lo que sigue es la rapiña (recordemos el caso de Cancún tras el paso del huracán Wilma en 2005), actos que deben contenerse con rigor y castigos severos.
No es momento de polemizar si es correcta la estrategia que ha seguido el gobierno mexicano para hacer frente a esta emergencia mundial, aunque se dice que es la estándar e incluso se ha adelantado en algunos aspectos. Lo que nos corresponde es seguir atendiendo las recomendaciones, ser solidarios, cuidarnos y cuidar a nuestra familia.
Anexo “1”
Aislamiento
Nuestro guardacostas cumplía una orden de operaciones más en aguas del Pacífico mexicano. La navegación habitual era de cuando menos un mes, tocando algunos puertos del Mar de Cortés, o bien vigilando Isla Tiburón, Sonora, la más grande de México.
De pronto, nos enteramos de que un joven teniente de corbeta (hoy almirante en retiro), que era oficial de faenas, había sido confinado en su camarote. Los alimentos se le dejaban en la puerta por un camarero designado exclusivamente para atenderlo, lavarle la ropa de cama y sus uniformes. Lo dejamos de ver un par de semanas, hasta que arribamos a puerto, entonces supimos que contrajo hepatitis y por seguridad de los casi cien elementos de tripulación, el médico a bordo lo puso en “cuarentena”. Nadie resultó contagiado en un espacio tan reducido.
Fue otro acierto de un joven médico egresado del Instituto Politécnico Nacional (que hacía su servicio social como oficial de la Armada en nuestro buque), el mismo que en otra ocasión reimplantó un dedo a un condestable que se accidentó durante una maniobra de atraque.