Ser convulsión
El Poder de la Pluma.
Observar se ha vuelto una empresa de aprendizaje. Al menos en estos últimos días en los que no podemos hacer mucho más que transcurrir en el tiempo de la mejor forma que nos sea posible. Mágicamente, nos descubrimos llenos de una curiosidad pocas veces explorada con anterioridad; esa que nace desde muy dentro y que se posa en lugares y personas por demás novedosos.
Desde este lado, y practicando el arte de observar al otro, siento que pareciéramos flotar entre aires romantizados por nosotros mismos porque quizá de alguna manera nuestra naturaleza existencial radique en algo similar a una necesidad por relacionarnos. Por urdir algo sustancioso que sostenga los puentes de una reciprocidad anhelada. Tiene truco, por supuesto.
En Diarios, de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, encontramos una vida que ha sido relatada con fechas exactas y acontecimientos vitales a partir de lo que se siente, de lo que duele y de lo que se ama. También encontramos en cada palabra un pesar cargado de belleza que promete no ser indiferente a lo universal que puede resultar la experiencia de existir y de amar.
Así, y en relación con el análisis personal y del otro, un viernes catorce de febrero, Pizarnik escribió sobre sus propias reacciones al estar frente a la posibilidad de relacionarse con quienes la rodean. Y para eso explica que es perfectamente capaz de mantener una postura serena y objetiva con todos aquellos que no representan una aspiración amorosa o de amistad. Como si una indiferencia la protegiera de invertir sus sentimientos porque algo la detiene y la mantiene en un margen seguro en donde camina lejos de los errores románticos.
Pero no puede decir lo mismo de aquellas personas cuyos caminos se han cruzado con los suyos y por quienes, tras observarlos, sí desarrolla un interés indomable. Lo describe como “la cuestión absurda: soy una convulsión, un grito, sangre aullando”. Entonces se entrega con tal intensidad que le causa un temor indescriptible porque, como bien sabemos, no con frecuencia encontramos almas que vibren y palpiten al mismo ritmo que las nuestras; y ahí está el encanto.
De pronto observar y ser convulsión sí podría ser una forma de proceder en la vida. De entregarnos tal cual somos con esas poquísimas personas que, al igual que nosotros, no temen darse al encuentro humano y dejan que ocurra el incendio interior. Ese que nos impulsa y al mismo tiempo nos paraliza de miedo; porque a veces el amor también se siente así.