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Mirar lo ajeno puede sorprender, causar enojo, despertar admiración o acaso activar todas las incomodidades que llevamos por dentro. Como niños que reaccionan con una sinceridad genuina, aprendemos a señalar todo lo que nos gusta, lo que preferimos, lo que juzgamos y lo que reprobamos. Dichas reacciones, controladas o no, pudieran decir mucho más de nosotros de lo que nos gustaría admitir frente a otros.

Es algo inevitable realmente. Ir en contra de nuestras preferencias supone una tarea mental y emocional que muy pocos deciden hacer. Y ahora, en este tiempo que transcurre paralelo a nuestro crecimiento personal, estamos rodeados de eventos que ponen a prueba nuestro interés, nuestra empatía, nuestra capacidad para respetar y el complicado ejercicio que supone el hecho de saber cuándo vale la pena abrir la boca para opinar.

En “Shosha”, novela en curso de lectura, de Isaac Bashevis Singer, estamos frente a una historia que de momento se presenta como un universo histórico y cultural totalmente diferente al que tenemos de este lado del mundo.

Así, entre judíos y en Polonia, avanzamos en la lectura primeramente de la mano de Tsutsik en su edad infantil, luego partimos desde su adolescencia para profundizar en su adultez temprana. A la par descubrimos la decadencia de su familia, de su país y de su religión. El amor, parte central de su construcción como personaje, gira en torno a Shosha, una niña que marcó su infancia y que promete seguir teniendo presencia en su futuro.

Los contrastes son grandes y las oportunidades para incomodarnos parecieran infinitas. Desde aprender que en un hogar ciertas lecturas filosóficas están prohibidas o que la máxima profesión de un buen judío es cultivarse en la religión por el resto de su vida y dominar el hebreo, arameo y yidish, o que la vajilla de un buen hogar ejemplar tiene que ser de tonalidades neutras porque los colores no son para una familia cuyo padre es rabino, o que los juguetes, los muebles de la casa, la comida, el chocolate y las decoraciones son inexistentes; resulta absolutamente fácil reaccionar con nuestros pensamientos contrarios listos para ser expuestos.

No es difícil mirar lo que es diferente porque resulta evidente al ojo; salta, grita para llamar nuestra atención. Tendríamos que, más bien, mirar lo que es similar. Los elementos que no importa dónde habiten, son familiares, son de todos: la amistad, la guerra, el hambre, los duelos, la familia, la confusión, el amor.

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