Cantinflas: el pícaro del cine mexicano
Raúl Lara Quevedo: Cantinflas: el pícaro del cine mexicano
Tengo una duda: ¿está todo muy caro o es que yo soy pobre?”, frase que encabalga involuntariamente al icónico: Cantinflas, bien encarnado por Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, nacido el 12 de agosto de 1911, en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México. Mario dotó a la humanidad de un personaje “Peladito”, sin oficio ni beneficio que supo poner acento en las cosas que humanamente buscamos en el otro: la lealtad, el aprecio por el prójimo y el valor de la honestidad.
No evocaré en su origen histórico, de eso ya se ha escrito mucho, sino del abismal ingenio de poner en las palabras de un excluido social, la mayoría de las veces, las verdades incomodas. Ahí en la periferia de los “aceptados”, de los que dominan la jerarquía colectiva: el pobre, el invisible es testigo silencioso. Él lo puede ver todo y al ser nulo de atención, puede colarse en los estrechos mundos ajenos.
Desde su posición de excluido por mal vestido, hambriento o loco, cual Quijote de la Mancha de Cervantes, acentuó las injusticias del que tiene mucho y roba más, del que con poder consigue con en base en la injusticia el beneficio propio, habló de la corrupción, de las necesidades del sobajado. En sus retinas sin empañar, Cantinflas reflejó los ideales de un México que carecía de referentes. Tocó desde su exigencia por lo justo, diversos vicios de la mexicanidad creciente. En “Caballero a la Medida”, de 1954, muestra además de los vicios humanos, el interés del protagonista por el bien vestir para encajar en el mundo de su adinerado amigo, Don Pascual, interpretado por su inseparable Ángel Garasa. Este interés en las fachas invoca la memoria de otros pícaros mexicanos que existieron en 1816 y 1832: El Periquillo Sarniento y Don Catrín de la Fachenda, respectivamente.
Ambas obras originadas de la tinta de don Joaquín Fernández de Lizardi. Cual pícaro lizardino, nuestro personaje negocia con la pobreza enfrentando el rechazo y a la incómoda burla. Transita por las calles buscando lo que difícilmente encuentra: identidad. En toda su filmografía siempre habrá un giro en la trama, entiende que la ropa o el dinero no son lo relevante, pero los buenos valores, sí. Este pícaro cinematográfico, pese a tener características novo españolas, encamina sus esfuerzos a educar desde los valores a sus espectadores. Cual epopeya griega, cada filme enaltece la figura de la humildad como peldaños para escalar al bienestar y al agrado de las creencias judío-cristianas. La población recibió con los brazos abiertos los mensajes de su Charlot mexicano, incorporando su filosofía y vocabulario en la cultura popular.
A más de 100 años de su nacimiento, poco aprendimos del aprecio de un profesor por sus alumnos, de un doctor con hambre de conocer mucho para curar más. No cabe duda de la atemporalidad de sus personajes, ese es el mensaje: pese andar mucho, no nos hemos dejado de tropezar, “¡Ahí está el detalle!”. Toca aprender a cantinflear más en este México que cada día necesita más rebeldes con causa y buena voluntad.