El cáncer de la memoria selectiva

Miguel Ángel Sosa: El cáncer de la memoria selectiva

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Los días pasan y las pifias gubernamentales van quedando enterradas en la arena, los fracasos se van cubriendo por capas de inacción o bajo el peso del silencio.

Hay incluso quienes ya olvidaron aquello que ocurrió hace pocos meses: México se convirtió en el país de nunca jamás, en el lugar preferido del no me acuerdo.

La maquinaria gubernamental avanza reumática hacia el 2024, carga sobre los hombros un sinfín de pendientes y arrastra las huellas de todo lo que se prometió en campaña y que nunca verá resultados.

En el país del dinero a carretadas y de las becas que se reproducen por generación espontánea, falta empleo, educación y desarrollo. En el país de las revanchas y la conquista de viejas decepciones, faltan oportunidades de inversión y progreso. A los de hoy les estorba el pasado, mascullan con asco todo aquello que no tiene ni los colores ni la forma de la revolución personalísima que encauzan sus egos malcurados.

Bajo ese escenario no puede haber unidad ni diálogo ni construcción de un proyecto nacional, no puede haber un país en el que se gobierne para todos.

Vemos la puesta en marcha de la memoria selectiva, del uso paleontológico de la historia acomodaticia y perversa.

Los binomios del bien y del mal, de lo nuevo y lo de siempre, hacen su aparición destruyendo todo a su paso y creando un nuevo paradigma: el de un poder que cree que puede hacer lo que quiera.

Tantas cosas mal hechas hemos visto en años recientes que la gente por desgracia comienza a acostumbrarse, es como si el pueblo no esperara más y se permitiera observar las torpezas como norma.

A los mexicanos no les gusta lo que ven, pero asienten de sólo pensar que lograr algo diferente costará mucho esfuerzo. La sociedad civil, huérfana de padre y madre, acusa el abandono y se encarama en la madriguera de un mañana que, por el bien de todos, esperemos que no tarde tanto.

Los ojos del México del presente ya miran otros horizontes, suspiran otros caminos y piensan, aunque sea de forma despistada, en otras posibilidades.

En la sociedad se vive la frustración que dejan los sueños no alcanzados, hay dolores que se descubren muy a pesar de las monedas que caen por obra de la limosna pública.

A pesar de que, los que se autonombran justos y dignos son los que gobiernan, la gente de a pie no siente ni justicia ni dignidad en sus días. Los días pasan y la indiferencia se hace presente, un hastío de sabor conocido que pudre los intentos de participación, comunión y propuesta.

Habrá quien diga que es una estrategia del Gobierno, y puede que tenga razón, pero también el despertar social es un crisol del que muchas veces no hay señales previas.

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