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Qué armonioso resulta convivir cuando los humores propios son compatibles con los ajenos y podemos fluir entre pensamientos compartidos que significan una capacidad de relación sana y deseable. ¡Es casi mágico! Podríamos contar con los dedos de una sola mano todas aquellas ocasiones en las que un encuentro fortuito derivó en amistad entrañable; esas que ciertamente no esperamos pero que agradecemos entre sonrisas que hayan sucedido.

Se trata de un hábito pasado, me atrevo a decir. Lo podemos mirar en nuestros mayores, quienes, al encontrarse con un rostro conocido, no sufren ese vértigo social que pareciera ir en aumento con las nuevas generaciones. En cambio, reaccionan inmediatamente y poco temen a quedar expuestos o haber sido dejados en el olvido. “¡Hey, fulano!, ¿te acuerdas de mí?”. Entonces sucede: dos personas platican con calidez entrañable y un deseo de comunicar que evoca días pasados, al mismo tiempo que danzan entre un recuento de hechos y las circunstancias actuales de vida. El precioso arte de “ponerse al día”.

En “En el café”, del autor noruego Kjell Askildsen, conocemos una breve pero certera experiencia que no será ajena a nosotros porque sabremos reconocer situaciones familiares que podríamos tomar como una tendencia o realidad mundial: la soledad.

Dentro de la historia, la voz narrativa que se presenta como anciano cuenta cómo, a partir de una circunstancia creada por él, reafirmó todo lo que sospechaba anteriormente respecto a las nuevas “realidades” humanas. Advierto que la estrategia fue sencilla e inteligente, aunque el resultado demostró algo más bien decepcionante.

Eran los últimos días del verano y nuestro personaje tomaba café en un establecimiento cuyas mesas estaban ocupadas en totalidad, pero en cada una de ellas solamente había una persona. Nadie acompañaba a nadie, ni se podía escuchar un ruido en el aire que diera ideas de un diálogo; solamente reinaba el sonido tenue del choque de las cucharitas contra las tazas o alguna mordida escandalosa.

El anciano, en su desesperación y deseo por conversar, tiró su cartera al suelo para que alguien la recogiera y de ahí surgiera ese diálogo que tanto anhelaba y que honraría la espléndida tarde que les rodeaba; pero nadie reaccionó y el mensaje fue claro: vivimos en soledades compartidas y preferimos el silencio. Tendríamos que aprender de nuestros mayores, quienes saben que la verdadera relación humana, la más hermosa, se entabla con palabras.

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