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En esos despertares que solemos tener al dormir, podemos recordar, o no, qué caminos recorrimos en los instantes oníricos. Esos que con éxito vencieron al cansancio del día y a todo el cúmulo de pensamientos que habitaron nuestra mente y en cambio nos llevaron hacia proyecciones gratas donde el subconsciente hizo de las suyas creando sueños; esos de los que no quisiéramos despertar, o de los que buscamos huir.

Y es que mucho se ha dicho sobre la ciencia de los sueños pero poco se ha pronunciado en dirección a las sensaciones. Así, sabemos que soñamos y que al hacerlo nos vamos muy lejos de la mente o muy cerca del corazón, y sabemos también que los caminos no son controlables porque las pesadillas están a la vuelta del miedo infantil y suelen regresar para recordarnos viejos miedos. Lo sabemos. Existen personas que sueñan sin recordarlo, y otras que parecieran vivir para soñar. Me apunto en el segundo grupo, en ese que cree que los sueños no son solamente proyecciones, sino oportunidades para descubrirnos a nosotros mismos desde una ausencia amable.

En “Teología”, cuento de la escritora mexicana Elena Garro, estamos frente a un texto que trae aires de confesión, pues la voz narrativa nos conduce hasta un sitio donde seremos “obligados” a escuchar y sentiremos esa atracción que pocas veces puede resistirse: la curiosidad.

De entrada, nos enteramos de las creencias de un pueblo en Asia Menor, cuya fe gira alrededor de los sueños. Para ellos, “en el instante de dormirte, según hayan sido tus actos durante el día, te vas al cielo o al infierno”. ¿Tan simple? ¿Sería el cielo aquellos sueños hermosos y el infierno las pesadillas? Nos sentiremos de acuerdo con el narrador cuando las afirmaciones anteriores le generan ruido en la mente porque por una parte hay magia en el hecho de sabernos dignos de un sueño precioso, pero por otra nos incomodaremos ante la posibilidad de sabernos merecedores de un castigo moral infundido por nosotros mismos. Difícil situación.

Entre creer o no en lo que existe y no podemos ver, entre lo que pasa en la mente cuando el cuerpo se ausenta, y entre lo que pensamos merecer, hay un mar de sueños que están dispuestos para nosotros solamente. Tendríamos que abrazar la idea de que nuestras buenas acciones serán merecedoras de no solamente un buen sueño, sino de un buen “después”. Cuando, como en la historia, al momento de dormir para siempre, no sintamos despertar en una pesadilla; sino habitar en un nuevo sueño.

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