Un suceso
Julia Yerves: Un suceso
A uno los eventos le llegan predestinados, alguien ya los escribió. Todo se encuentra listo y dispuesto para que ocurra, pero somos los últimos en enterarnos. No lo imaginamos, no lo pensamos siquiera. Somos una suerte de ingenuidad viviente que se atiene a lo que le espera. ¿El resultado? Incontables situaciones por demás variadas. Felices, tristes, desgraciadas, abrumadoras, fortuitas.
¿Cómo se explica ese instante delicado en el que tras algo ocurrido somos conscientes del nulo control que tenemos de la vida? Sorprende. Cuando era niña, en un viaje familiar a Campeche presencié a unos metros apenas la disputa entre dos mujeres y una niña en un restaurante. Pleito de faldas, dijo alguien en una mesa cercana. Mis papás jalaron nuestras sillas con ligera precaución y dijeron algo como: no miren. Aun así, la escena fue tan peculiar que fue difícil ignorarla.
Las dos mujeres, a puño y uñas dispuestas, se golpeaban torpemente, pero con constancia. La niña, hija de una de ellas, gritó “no le pegues a mi mamá” y saltó como tigre sobre la mujer adversaria. Un circo casi risible ahora en mi mente, pero aquella noche no dormí por el impacto de todo y vomité todo el miedo que sentí en el instante, y mi cena también. ¿Quién me avisó que sería testigo de eso? Absolutamente nadie.
En “Un suceso”, cuento de Shiga Naoya, estamos frente a un evento que se narra con la naturaleza de todo lo que no se puede predecir. En un ferrocarril se encuentra una diversidad de personajes humanos; trabajadores del campo, estudiantes, nobles, y nuestro narrador. Los envuelve a todos, como a nosotros, una capa de calor que los aletarga y los duerme, los hace brillar de sudor. Nada pasa, a pesar del movimiento del tren. De pronto, un niño corre en la dirección exacta del tren, van a colisionar; es seguro.
Las almas de los pasajeros se salen de sus cuerpos por un instante al esperar el choque entre quince mil newtons y unos dieciséis kilos del humano pequeño. El chofer frena, pero aun así un golpe seco termina con la horrible espera de lo que todos temían. La gente baja del tren, queriendo ver y queriendo no ver.
El tren alcanzó al niño y éste quedó atrapado en una red inferior diseñada para evitar desgracias. ¡Un milagro! La gente grita aliviada, el niño llora y se orina del miedo, su madre llega presurosa y como primera reacción lo golpea para que no sólo le duela su corta vida, sino también las nalgas. Los pasajeros regresan y el tren sigue. No pasó nada.