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En tiempos de dificultad muy pocas cosas pueden traernos sosiego. Pensar en positivo es un ejercicio desgastante y pensar en negativo nos lleva de la mano a lo más profundo de la miseria emocional; no funciona. Entonces nos tambaleamos entre pensamientos obscuros, a ratos esclarecedores, que no traen balance alguno a nuestro pesar.

De pronto, cuando el primer impacto ha pasado y aceptamos nuestra condición de persona que ha sido ofendida, humillada o herida, entramos a una zona aún doliente pero cómoda. Todo lo que producía tristeza se torna en una fuerza que va creciendo poco a poco en el estómago al mismo tiempo que trae tranquilidad al alma. Es como un deseo, un impulso: queremos vengarnos.

En el texto correspondiente a esta semana, conocemos el cuento “Venganza” del autor alemán Thomas Mann. La historia gira en torno a dos personajes: Dunja Stegemann, mujer cultivada e intelectual, proveniente de una familia de renombre, y un hombre de la misma condición y clase social cuyo nombre ignoramos, pero que se presenta como narrador del cuento.

El comienzo del relato es amablemente predecible y directo. El hombre brinda suficientes datos relevantes para tener una idea de la maravillosa existencia de Dunja: el lugar donde nació, los idiomas que habla, a qué se dedica, cuán instruida es y otras virtudes increíbles. ¡Era perfecta ante sus ojos! Y representaba todos aquellos anhelos que él tenía para así “conectar” con alguien a niveles intelectuales y espirituales.

Dentro de la historia no duda en regocijarse de su hallazgo; era la amistad perfecta. El amor romántico quedaba descartado por un motivo que él señala triunfante en más de una ocasión: Dunja era muy fea. ¿Cómo alguien podía fascinarlo y al mismo tiempo repelerlo? No bastó con pensarlo, debía aclararlo: “¿Sabes lo que para mí da a nuestra relación su encanto más original y bonito? Es la íntima familiaridad de nuestros espíritus, que ha llegado a ser imprescindible para mí, en contraste con el pronunciado desagrado que siento frente a ti físicamente”. La rompió, por supuesto.

Pero el giro vengativo llegó sutil y elegante. Dunja lo humilló al mostrarse aún más segura de sí misma, advirtiéndole que él tampoco resultaba una tentación para ella. Entonces algo se encendió y poco pudo hacer para controlar los deseos apasionantes que sintió inmediatamente por ella. ¿Qué fibra orgullosa tocó Dunja? La misma que recibió un no definitivo y que lo dejó reducido a nada.

 

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