Benito Juárez se mete a la boleta electoral

La esperanza de un mejor futuro es la gran moneda de cambio que los políticos...

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La esperanza de un mejor futuro es la gran moneda de cambio que los políticos utilizan para agenciarse las adhesiones ciudadanas. Lo estamos viendo en estos mismísimos momentos, ahora que los diferentes contendientes en la carrera hacia la presidencia de la República no llevan ya en el pescuezo la atadura de esa absurda “inter campaña” —o como diablos haya podido llamarse— y que pueden mostrar pecho, ponerse peleones de verdad, andar gallitos y prometer bondades sin restricción alguna.

¿Quién les cree? Pues, qué caray, alguna gente sí habrá: Meade tiene sus seguidores; por Anaya van a votar millones de mexicanos; y millones más se tragan de veras que la corrupción desaparecerá por la mera ejemplaridad del otro candidato sin importarles que en sus tiempos como mandamás de la suprema capital de los mexicanos no sólo se las agenció para ocultar oficialmente todos los pormenores de la construcción del llamado “segundo piso” sino que tuvo, bajo su mando, a un empedernido jugador de Las Vegas y a un tipo, el tal Bejarano, que fue filmado recibiendo fajos de billetes de un empresario para, presuntamente, seguirle concediendo los provechos que asegura la cercanía con el poder.

No pareció, ahí, haber funcionado el imperioso “buen ejemplo” sino que aquello fue, por el contrario, una historia como las de siempre, a saber, un asunto de trapacerías pero, qué caray, validadas por el discurso de “Primero los Pobres” o vaya usted a saber qué otras utilísimas demagogias. Buen pretexto, lo de ofrecer bondades a los más necesitados: en el último de los casos, siempre podrán sus redentores decir que las estafas se perpetran en el nombre del “pueblo” y para su beneficio directo. Y, desde luego, cada vez que sean pillados en futuras maniobras seguirán alegando que la “mafia del poder” les tendió una trampa.

Anaya y Meade ofrecen “más de lo mismo”, según sus detractores, pero por lo menos no se visten con los ropajes de doña Historia ni toman prestadas grandezas ajenas. En el caso de nuestro populista de turno, por el contrario, podemos augurar que se nos vendrá encima una nueva entelequia: la “Revolución Juarista”, señoras y señores. Y, una vez que Obrador recobre la figura del Benemérito de las Américas como una auténtica extensión de su propia personalidad, los principios que formule se trasmutarán de manera automática en una ideología obligatoria para los ciudadanos en su conjunto. No tendremos salida alguna. Digo, ¿quién podría estar en contra de Juárez? Sólo un traidor a la patria, oigan ustedes.

Tendremos que comulgar así con los distorsionados dogmas de ese “juarismo” tomado en préstamo por un futuro mandamás que, revistiéndose abusivamente de cualidades que no le corresponden, reclamará una condición de intocable: criticarlo a él equivaldrá a arremeter contra nuestro glorioso pasado y, naturalmente, significará también un acto de enemistad dirigido hacia las clases populares: en una nación dividida por decreto ya no tendrá lugar la armoniosa convivencia que promueven los dirigentes genuinamente democráticos sino que surgirá, como el más acabado y natural subproducto del odio, la figura del enemigo. Ya estamos gobernados ahora por una “mafia”, ¿o no? Pues, esperen ustedes un poco y se aparecerán en el escenario otras nefarias subespecies para expandir rápidamente ese infamante catálogo donde, por el momento, nada más figuran “ricos y poderosos”. El arte de fabricar rivales amenazadores lo dominan a la perfección los populistas de todas las proveniencias: miren, si no, a Donald Trump.

Claro, también se encuentran Madero y Cárdenas en la ecuación. Pero su papel de acompañantes no es tan relevante. De hecho, don Lázaro es quien tendría que figurar como el gran valedor del estatismo a ultranza que promueve Obrador porque, si lo piensas, Juárez, como buen liberal que era, hubiera muy seguramente apoyado el proyecto del nuevo aeropuerto internacional de México. Pero, en fin, ya lo tenemos ahí de todas maneras, compitiendo en la carrera hacia la presidencia de la República. ¡Uf!

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