Cuaresma
“En la tarde de la vida, se nos examinará del amor”, San Juan de la Cruz.
La Cuaresma es un fuerte llamado al arrepentimiento, a ponerse en paz con Dios. Sin embargo, la vida posmoderna desplaza a Dios de nuestras vidas, termina siendo un estorbo en la vida social, en la vida familiar y personal.
Con la vida lejos de Dios y llena de superficialismo, llegar a pensar: ¿Qué tengo yo que arrepentirme? ¿Por qué es necesario poner mi vida en paz con Dios, si está fuera de la vida diaria? ¿Si Dios ya no es necesario?
Antes que nada, hay que ver que es la Cuaresma.
La Cuaresma es un tiempo litúrgico, son cuarenta días, de un camino largo que recorrer para llegar a la fiesta de la Resurrección, y es aquí cuando la Iglesia nos recuerda la necesidad de purificar nuestra alma, centrándose en tres pilares espirituales: la oración, el ayuno y la limosna. Durante cuarenta días se nos invita a la reflexión, a realizar actos de caridad y hacer pequeños sacrificios, como modo de preparación para la gran fiesta alegre de la resurrección de Cristo el Domingo de Pascua.
Y uno se pregunta por qué hacer pequeños sacrificios, porque es necesario limpiar nuestra alma en este tiempo y purificarla. Haciendo una analogía con la limpieza de las lanchas, que las realizan cuando menos una vez al año. Pero esa limpieza es principalmente de lo que no se ve, cuando están en el agua las lanchas.
Abajo las lanchas tienen musgo mezclado con aceites, algas atrapadas, y mucha más suciedad que se va acumulando durante el año. En la medida que la lancha está en el agua, va creciendo y creciendo esta suciedad, y por fuera ni nos percatamos.
En una ocasión me tocó ver como la sacaban del agua, realmente se veía radiante dentro del agua y al momento de sacarla, no lo podía creer, la suciedad tan grande que tenía, llegaba a transmitir un olor a alga bastante desagradable. Una vez limpia, regresa al agua brillante.
La Cuaresma tiene la misma finalidad, hacer un alto en el camino, limpiar nuestra alma, esa que nadie ve, solo Dios y nuestra conciencia, en esta limpieza, cuesta trabajo quitar la mugre acumulada en el tiempo, hay que raspar, desinfectar, para que el alma brille a los ojos de Dios.
En tiempos donde la religión está pasada de moda, hablar de ayuno y abstinencia en Cuaresma es visto mal por muchos. Se critica a los sacerdotes por invitar a que se viva la abstinencia y el ayuno. Se vive el ayuno el Miércoles de ceniza y Viernes santo, teniendo un alimento fuerte y los otros dos muy ligeros. Y todos los viernes de Cuaresma vivir la abstinencia que es no comer carne roja, ni pollo esos días. El vivirlos, es una ayuda para hacer un alto en el camino e iniciar esa purificación, tan necesaria al alma.
“Es el colmo que hablen de esto los padres”, “como nos piden que dejemos de comer carne”, “a quién se le ocurre que desayunemos poco esos días…”. Es una lista innumerable de cosas que he llegado a escuchar por motivo del inicio de la Cuaresma.
Curiosamente a una persona que le escuché toda esta lista y más aún, empezó a decir que su instructor de yoga le recetó no comer tal y cual alimento para mejorar su salud. Y al mismo tiempo en el gimnasio a otra persona, molesta también con los sacerdotes, le dieron otra dieta muy especial tanto para perder peso, como para realizar bastante ejercicio, para lograr el objetivo deseado. Resulta que todo lo que diga el instructor del gimnasio y el de yoga es importante; pero lo que dice un sacerdote, que se preocupa por la salud espiritual de las personas es ridículo.
El ayuno es la renuncia voluntaria a ciertos alimentos por un tiempo definido con el fin de liberarse de los apegos carnales y poner el corazón en Dios.
Tanto el ayuno como la abstinencia de carne ayudan a ir forjando la voluntad. Nos ayudan a recordar el Evangelio, las tres tentaciones que tiene Jesús fueron dirigidas hacia el placer, el poder y la fama. Tanto el ayuno como la abstinencia ayudan a esa limpieza del alma.
Este tiempo debe ser de reflexión de nuestra vida, entender por dónde vamos, analizar nuestro comportamiento con nuestra familia, con todos los seres queridos que nos rodean.
Además de vivir esta limpieza del alma, es convertir nuestra vida siguiendo las palabras del Evangelio, profundizarlo, vivir su mensaje de amor y transmitirlo. Es tiempo de pedir perdón a Dios y a nuestros seres queridos, al mismo tiempo el perdonar las ofensas que los demás nos hicieron, sin necesidad que nos digan perdón. Escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo, para poder acompañar a Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección.