El auge de la tecnología deja víctimas en el camino

La Chata y yo llegamos a Tizimín para pasar el fin de semana con nuestras nietas, hijo y nuera...

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La Chata y yo llegamos a Tizimín para pasar el fin de semana con nuestras nietas, hijo y nuera y, desde luego, estuvimos felices de convivir con esos dos pequeños volcanes hiperactivos. Sentimos sin embargo en el ambiente cierta tensión cuyo origen no tardamos en encontrar: las dos más importantes compañías que dan servicios de conexión a internet habían estado fallando todo el día, lo que afectaba a decenas de personas que utilizan recursos digitales para anunciar, promover, contratar y realizar otras acciones necesarias en el trabajo diario que les permite ganarse la vida, o cumplir tareas relevantes como ir por sus hijos a las escuelas. Varias cocinas económicas, por ejemplo, tuvieron que ingeniárselas a fin de servir a sus clientes, y talleres y comercios de diversos ramos también pasaron apuros para cumplir sus servicios.

Probablemente usted ya sabe que inclusive en las cabeceras municipales más pequeñas internet se utiliza para crear grupos de comerciantes, técnicos y diversos profesionistas, que se comunican con sus potenciales clientes utilizando recursos digitales como Facebook, WhatsApp, Messenger y otros. La importancia de las tecnologías de comunicación es innegable, ya no sólo para las ciudades grandes como Mérida, sino también para las medianas o pequeñas, como Tizimín y Valladolid, Tekax y Oxkutzcab, Motul y Umán, y etcétera.

El problema que afrontan miles de personas en nuestro estado (se podría decir también nuestro país o todo el mundo) es que empresas, instituciones públicas o privadas, funcionarios de los tres niveles de gobierno y un largo etcétera están implantando el uso de tecnología para toda clase de trámites, lo que deja en choque a miles o millones de personas que nunca recibieron preparación para desenvolverse correctamente en un mundo cada vez más digitalizado. Y los culpables de esa omisión son tanto del sector público como del privado.

Hace unos días se registró el caso de un cuentahabiente de BBVA, quien en tres días diferentes intentó decenas de veces entrar a la APP de su cuenta bancaria para saber cuándo y cuánto le tocaba pagar por su tarjeta de crédito. Para darle acceso como siempre, esta vez la APP le exigía tomarse una foto del rostro a fin de integrar a su expediente los datos biométricos, pero el pobre cliente nunca pudo tomarse una que le pareciera bien al programa. Tuvo que acudir a una sucursal del banco, donde una joven ejecutiva se ofreció a ayudarlo y le tomó la foto del rostro al primer intento.

El tema de la falta de preparación para el uso de las tecnologías en prácticamente todos los sectores económicos, educativos, sociales y etc. da para más comentarios, y nos proponemos abordar la semana próxima el caso de una tarjeta bancaria que no podía ser cancelada definitivamente porque había que devolverle al cliente los 27 centavos que aún tenía en su cuenta.

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