El periplo de volverse viejo (II)
Estimados lectores, siguiendo con el tema del envejecimiento y los retos laborales, económicos y sociales que enfrentan...
Estimados lectores, siguiendo con el tema del envejecimiento y los retos laborales, económicos y sociales que enfrentan las personas mayores de sesenta años, me permito compartir con ustedes algunas reflexiones del filósofo Guillermo Hurtado, sin duda alguna uno de los pensadores más vanguardista de México.
Las preguntas clave de la filosofía política, como la de cuál es la sociedad justa o cuál es la mejor forma de gobierno, tendrían que replantearse sobre la base de que el promedio de edad de la sociedad se ha elevado. Por ejemplo, cuando John Rawls se planteaba el velo de la ignorancia para imaginar una sociedad justa, tal parece que los sujetos postulados no eran ni niños ni ancianos, sino adultos que todavía tenían fines, proyectos, metas por cumplir. La edad –al igual que el género– es una premisa que no puede faltar en la nueva filosofía política.
Simone de Beauvoir en su obra La vejez, plantea el tema de la vejez como uno estructural, es decir, como un problema que va más allá de lo subjetivo, biográfico o psicológico. Al develar las causas socioeconómicas del proceso de deshumanización de la vejez, Beauvoir nos descubre que el problema debe entenderse como uno político “tout court”. Beauvoir denuncia la discriminación que padecen los ancianos en un mundo regido por el egoísmo, el productivismo y el consumismo. Para el capitalismo, el viejo ya no sirve: no produce y casi no consume. Sin embargo, Beauvoir es muy cuidadosa de marcar las diferencias que hay entre las experiencias de la vejez en diversas condiciones. La vejez del rico no es igual que la del pobre. La del hombre tampoco es igual a la de la mujer. Debemos cuidarnos de caer en abstracciones.
En Europa han aparecido, muy discretamente, partidos políticos que luchan por los intereses de la tercera edad, en especial, de los jubilados, pero todavía no hay un movimiento político que exija sus derechos a nivel nacional y global. Los ancianos tienen que movilizarse como una fuerza política dentro de la democracia contemporánea. Para ello, deben organizarse. Si no lo hacen, estarán condenados a seguir siendo tratados como lastres, como deshechos.
No se trata de promover una guerra entre las generaciones: viejos contra jóvenes. La lucha contra la deshumanización de los ancianos debe ser una lucha de todos porque lo que defiende no es sólo nuestro futuro individual, sino la dignidad humana en su conjunto. Tampoco se trata de instaurar una gerontocracia, como postulaba Platón en La República, sino de que, en una sociedad democrática, los ancianos tengan el poder efectivo para corregir las injusticias que se cometen en contra de ellos.
Ahora toquemos el aspecto más grave de este tema: la discriminación, segregación y eliminación de los ancianos. El punto de inflexión de la nueva filosofía de la vejez debe ser el proceso de deshumanización al que están sometidos los viejos en la sociedad actual. Nos enfrentamos a una progresión negativa que comienza con la discriminación, avanza hacia la segregación y culmina con la eliminación de los ancianos.
Los procesos de discriminación, segregación y eliminación de grupos marginados muchas veces empiezan con lo que se plantea como una inocente observación cuantitativa: son muchos. Es así como, en varios momentos de la historia, se ha dicho que hay muchos gitanos, negros, musulmanes, cristianos, homosexuales, etc. A partir de esta observación sesgada sobre una colectividad, se procede a quitarles derechos, después se les separa del resto de la sociedad y, por último, se les elimina de diversas maneras.
Hasta hace poco, los ancianos eran relativamente pocos. Con el cambio de la pirámide poblacional, ahora se afirma –cada vez con menos sutilezas– que hay demasiados de ellos. Ante esta queja se esboza una estrategia perversa –que hasta ahora ha permanecido soterrada– que se plantea por medio de tres grados de deshumanización de los viejos: tratarlos como minusválidos, como indeseables y, por último, como lastres. Continuará.