El presupuesto y el rancho

El proyecto de presupuesto de la Presidencia, en el que se incluyó un kilo de jamón de pechuga de pavo...

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El proyecto de presupuesto de la Presidencia, en el que se incluyó: un kilo de jamón de pechuga de pavo a $3,013.56, un kilo de longaniza de primera a $16,789.10, una caja de cerillos en $1,296.51 y una lata de refrescos en $336.30, fue la nota chusca de esta semana y sirvió para atacar al gobierno, que solo precisó que fue una “proyección”, lo que también es negativo, pues quien la hizo demuestra dolo o falta de seriedad para formular ese documento. Y AMLO abonó al tema al decir que no come chorizo y que no hay gastos excesivos.
Toda proporción guardada, esto me recuerda cuando, en los años 70, los intendentes y despenseros del Ejército y la Marina ejercían los recursos para “el rancho”, es decir, la alimentación. La tropa, sobre todo, se quejaba porque era mala o poquita o ambas cosas. Un médico decía que la comida tenía las tres hipos: hipocalórica, hiposódica… y poquita.
En realidad, la precariedad del rancho no era del todo atribuible a los despenseros, ya que por esa época los comandantes ejercían el control del dinero para las “raciones” (así se denominan en el argot militar) y no pocos “mochaban” al despensero, lo que impactaba en la calidad de la comida. De ahí que en barcos y cuarteles era común que soldados y marinos introdujeran su propia despensa (galletas, enlatados y golosinas) para “reforzar el rancho”.
Esto se acabó cuando se comenzaron a expedir las Cuentas por Liquidar Certificadas (CLC) y se ejerció mejor control sobre el presupuesto asignado a la alimentación (y a todos los rubros), y por ende mayor vigilancia, obligando al despensero a comprobar cada compra de sus insumos, con facturas o nota; incluso por un ramito de cilantro había que solicitar una nota o bien hacer una anotando que se compró a la señora fulana de tal en el mercado “x”. Esto, repito, logró que el rancho fuera suficiente y sobre todo nutritivo para la tropa, ya que las rutinas castrenses incluyen acondicionamiento físico, instrucción militar y prácticas en las que se queman muchas calorías.
Volviendo a los presupuestos, es importante hacerlos con apego a la realidad y con honestidad, pues esto permite proyecciones más certeras en los programas, sean del gobierno o de cualquier empresa, y alcanzar las metas. Lo contrario, que por lo general se da en el sector público, abona a suspicacias o malas prácticas con el argumento de: “Pide un 20% de más para que te autoricen lo que quieres”.
Recordemos que, en 2016, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) detectó anomalías en la revisión de bienes adquiridos por la Secretaría de Marina en 2014, porque solicitó al Congreso recursos para adquirir diez pantallas para sus clubes navales, pero en realidad compró 86 y con sobreprecio (en promedio cada una por 24 mil pesos), mediante adjudicaciones directas, sin estudios de mercado y dos meses antes de que incluso se formalizaran los pedidos, y los proveedores eran… ex servidores públicos de la Armada.

Una de panaderos

Además de los cocineros, los panaderos eran de los más apreciados en las cocinas de las dependencias de tierra y en los buques de la Armada. Un pan recién salido del horno sabe a gloria cuando se ha pasado un mes sin pisar tierra, y a veces la “micha” (especie de telera) era el complemento del desayuno o la cena, y el pan dulce para el café mañanero.
Entre algunos compañeros panaderos recordamos a “Chabelo”, José Isabel González Núñez, un primer maestre que siempre nos obsequiaba el primer pan horneado del día cuando nos tocaba ser “rancheros” (limpiar el comedor y ayudar en la cocina) en el GC “Vallarta”, o Margarito, aquel cabo de hornos (maquinista) que se convirtió en panadero, con también buena mano para la panadería y repostería. También Nieves, un cabo de mar (cubierta) que quiso ser panadero y terminó como cocinero, con muy mal sazón, por cierto, y un infante de marina que, tras cumplir su contrato, causó baja y estableció su panadería.

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