El Watergate de Trump

La figura del presidente de cualquier país debe siempre ser vista como un dechado de virtudes...

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La figura del presidente de cualquier país debe siempre ser vista como un dechado de virtudes, bien sabemos que la mayoría de éstos son una partida de oportunistas pero al menos no lo deben aparentar tan descaradamente.

El juicio político que sufrió el presidente Richard Nixon es el más clásico ejemplo de cuando le sacan demasiados trapos al sol al presidente. En esa ocasión el infortunado Nixon perdió la presidencia de los Estados Unidos. Corrección: no la perdió, renunció a falta de apoyo parlamentario (Maduro, si me estás leyendo, busca eso en Google para que aprendas lo que se debe hacer).

No pude evitar escuchar una vez más, gracias a la magia del internet, a Richard Nixon en un honorable y tranquilo discurso de renuncia. Se me aguaron los ojos al verme rodeado de tantos políticos de quinta y hoy ver en la silla presidencial de Washington a semejante personaje mientras escuchaba a un político de tanto colmillo y aplomo renunciar al cargo más deseado de la tierra; tiempos de gloria que añoro, época de gigantes.

Nada de acusaciones ni de panegíricos, una simple alocución tranquila y honesta de un hombre atribulado y colmado de errores que acepta que “cada átomo de su cuerpo le dice que no lo haga” pero que el interés de la nación está por encima de sí mismo y de su carrera de servidor público.

Tras eso sólo queda lo malo, que reprimió, que obstaculizó la investigación por la colocación de micrófonos en le convención del Partido Demócrata en el Hotel Watergate, nadie recuerda que fue el presidente que ilegalizó so pena de cárcel el racismo y el genio que aceptó que el tema de Vietnam era un garrafal error y que, independientemente del costo en imagen que representaría no quedaba más remedio que sacar las tropas.

Ante decisiones que han cambiado la historia como la de darle el estatus de “nación más favorecida” a China, lo que la catapultó, sin lugar a dudas a lo que hoy es, sólo queda el recuerdo patético de Watergate y la despedida de Nixon del jardín de la Casa Blanca.

Hoy a Trump no se le acusa de la “inocentada” de poner micrófonos en las oficinas del partido contrario, sino de coludirse con uno los regímenes más malévolos y antidemocráticos que hay como es la nueva Rusia de Vladimir Putin para afectar el curso de la democracia de su propio país.

De ponerse en contubernio con una potencia extranjera mediante la filtración de información comprometedora.

Cuando veo el escándalo que derrocó a Nixon no puedo menos que asombrarme ante la magnitud del escándalo que se le avecina a Trump. Nadie lo dice a gritos pero el murmullo de “traición a la patria”, el mayor de los crímenes públicos se escucha en los pasillos.

Muy desilusionado estaría si el sistema estadounidense se pandea hasta el extremo de permitir que semejante personaje siga a las riendas de su país.

No puedo dejar de mirar la traición de siempre del populismo, esta vez el estadounidense y no imaginarme lo que pudiese llegar a hacer el populismo mexicano. No creo incapaces a los viejos populistas nacionales de siempre de aliarse con cuanto extranjero puedan para lograr lo que quieren. Ya lo han hecho otras veces.

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