Ni mejor, ni peor, solo diferente

Recientemente, después de una plática en conocida universidad, que privilegió...

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Recientemente, después de una plática en conocida universidad, que privilegió el necesario contacto con las nuevas generaciones, me dirigí a mi vehículo y, antes de ponerlo en marcha, me transporté a mis años mozos y dije: “Como los veo me vi”. En nostálgico momento, vinieron a mi mente las cifras del Inegi que nos muestran cambios en cuanto al número de víctimas de la violencia y la pobreza.

Es necesaria una buena lavada de cara a nuestro México y no bajar la guardia a través de permanentes campañas pro valores y los medios de comunicación evitar la apología del crimen. Más allá de algunos magros logros macroeconómicos, en la medida que nuestro país continúe siendo visto como corrupto los inversionistas no vendrán.

La época actual tiene matices oscuros que se pronuncian cotidianamente gracias a los antivalores. Adicciones, libertinaje, desamor, divorcios y corrupción son solo algunos de los comunes denominadores de nuestra sociedad. Viéndolo de una manera visceral, tal parece que transitamos entre la “moderna Torre de Babel” y la antesala del Apocalipsis, pero, en realidad, el mundo contemporáneo y moderno ha tenido sus períodos cíclicos, que finalmente han reconfigurando y construido progresos. Así tenemos los excesos e injusticias del siglo XVIII que culminaron en la revolución industrial, los cambios sociales del México revolucionario y los jipíes, por no dejar de citar.

Estos períodos de convulsión han gestado ideologías que rigen aún el mundo occidental. Así tenemos los sindicados, la liberación femenina, tres poderes de estado y la igualdad humana entre muchos.

En la actualidad, esta presunta rebeldía juvenil se atribuye a la transculturación y a los medios de comunicación no convencionales, pero, socialmente hablando, el comportamiento es parte del espíritu natural del joven, de ir en contra de lo establecido; amén de su constante inquietud por crear espacios de identidad. Más de alguna ocasión me han preguntado que si la actual generación es mejor o peor que la que antecede, y mi respuesta es siempre: tan solo diferente.

Los valores que podrían encarnar al arquetipo del peninsular, como la madurez, decencia, seriedad, sensibilidad a la religión y justicia, los podríamos encontrar en el ciudadano que no explota a sus empleados, no se corrompe, es responsable y digno ante la sociedad y su familia: ¡garbanzo de a libra¡ Habrá que abrogar lo corrupto, lo explotado, lo manipulado, lo vendido, lo rastrero y lo falso, para poder predicar con el ejemplo a nuestros jóvenes.

¿Pero de qué manera ese conjunto de cualidades pueden cultivarse? Sin duda esta juventud con actitud constructiva, articulada con la experiencia de los adultos -desprovista de antivalores-, es la mejor amalgama para recuperar el terruño de ancestral nostalgia.

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