De debates y encuestas

De acuerdo con estudios y expertos, ni los debates ni las encuestas definen por sí mismas tendencias...

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De acuerdo con estudios y expertos, ni los debates ni las encuestas definen por sí mismas tendencias en los procesos electorales, pero sumados ambos factores bien pueden subir porcentualmente la preferencia de algún candidato o candidata, o terminar de hundirlos, aun con el discurso público de “yo tengo otras cifras.”

En cuanto a las encuestas, estudios identifican dos factores a partir de su distribución: el efecto “bandwagon” y el “underdog”, el primero sostiene que los electores, al ver una medición, apoyará al abanderado que aparece como favorito para ganar las elecciones; o sea se “suben” con el ganador; mientras que el segundo considera que una parte de los electores se movilizará para hacer que el candidato más débil mejore en las preferencias; por ello se ha vuelto popular la versión de que los estrategas encargan mediciones internas y otras para difundir públicamente, pero además niegan una medición desfavorable cuando se difunde sin autorización, presionando incluso a las empresas realizadoras para refutar la autoría.

Ahora bien, en cuanto a los debates políticos, estudios señalan que tampoco inciden de manera definitoria en las contiendas, no en positivo, pero por supuesto que lo hacen en negativo, cuando los contendientes evidencian su rol en el proceso –como aquellos que son calificados sólo de arietes para golpear a algún contrincante, favoreciendo indirectamente a otro, pero no a sí mismo-, o cuando comenten errores durante los mismos, como mostrar desconocimiento de un tema, presentarse sólo a leer, ser incapaces de improvisar y cuando les muestran responsabilidades sobre hechos pasados que no logran refutar; incluso, cuando algún candidato se niega a debatir (recuérdese la derrota del actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en 2006).

Actualmente en México hay procesos electorales en seis entidades del país, en todas ellas los organismos electorales locales organizan debates y, sin temor a equivocarse, el escribiente sostiene que en la mayoría de ellas ha imperado la descalificación y el denuesto a la propuesta, que la clase política nacional y local atraviesa por una crisis de credibilidad atribuida no sólo al descrédito partidista, sino al “reciclaje” de actores políticos que lo mismo se presentan hoy de salvadores por un partido o independientes, señalando como los destructores sociales a sus contendientes, aun y cuando se haya militado en la misma organización que ahora se ataque. Hablan de camarillas, de “jefes” y grupúsculos, como si impolutos fueran y la honestidad los caracterizara.

Luego entonces, en Quintana Roo no hay una alta expectativa de participación en los comicios, con dos o tres honrosas excepciones, se trata casi en todos los casos de jóvenes con viejos vicios, de actores repetidos y propuestas ya escuchadas en procesos anteriores; de promesas de mejoría y cercanía ciudadana, cuando el antecedente que poseen es el abandono a las causas ciudadanas y el apego a los regímenes que los postulan; los debates y encuestas influyen acaso en el sector interesado en la “cosa pública”, pues a nivel popular el desgano y descrédito es generalizado; luego entonces, o “cambio” o “cuarta transformación”, pero tampoco es mejor; no hay más y la decisión la tiene el elector; así se observa desde aquí, A Tiro de Piedra.

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