Jurar Bandera

Es uno de los acaecimientos más importantes y memorables en la vida militar, sobre todo para los formados...

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Es uno de los acaecimientos más importantes y memorables en la vida militar, sobre todo para los formados desde la adolescencia en planteles del Ejército y de la Armada. La jura de Bandera es el primer acto solemne en el que se participa, es la iniciación a la doctrina castrense, donde se asume el más alto compromiso de fidelidad y lealtad al mayor símbolo del país.

La arenga: ¿¡Protestan seguir con fidelidad esta bandera emblema de nuestra patria y defenderla hasta alcanzar la victoria o perder la vida!? No es un simple protocolo, como tampoco la respuesta ¡Sí, protesto!, sino un pacto con la nación y con la sociedad. De ahí la advertencia: “¡Si no lo hicieren así, que la nación se los demande!”.

El próximo 5 de mayo, como ya es tradicional, los conscriptos del Servicio Militar Nacional (SMN) harán este juramento en todo el país, con lo cual suscriben el compromiso de contribuir al bien común, ser buenos ciudadanos (as) y defender los intereses colectivos. Sin embargo, cumplir con esta obligación cívica ha ido perdiendo fuerza entre la juventud, alentada por los gobiernos en turno. Antes, en instalaciones militares y navales recibían acondicionamiento físico, instrucción de orden cerrado, ética y legislación militar, y manejo de armamento reglamentario, luego devino en servicio social con lo cual perdió el espíritu para el que fue creado en 1938: preparar en el servicio de las armas a los jóvenes varones ante un eventual conflicto armado, sin olvidar que se generó en el contexto de la II Guerra Mundial.

Como colofón, esta semana el Senado aprobó reformar la Ley del SMN para eliminar en las fuerzas armadas el reclutamiento de menores de 18 años, proscribir el delito de insumisión (desobediencia) para quienes les corresponda marchar y no lo hagan, y que las obligaciones militares de los civiles terminen cuando cumplan los 40 años y no 45, como en la actualidad. De hecho, la ley no establecía sanciones penales o administrativas para quienes no realizaran el Servicio Militar, sólo se incumplía con un mandato de la Constitución, pero dejó de tener consecuencias en el ámbito laboral, pues ya nadie exige la “cartilla liberada”, con lo cual se alentó la insumisión derogada.

Algunos disentimos de esos cambios, porque, como ya hemos expresado, la doctrina, el adiestramiento y la disciplina permean con mayor facilidad en muchachos jóvenes. Así, el objetivo de la educación militar es fortalecer los valores y virtudes humanos y militares y desarrollar hombres y mujeres autodisciplinados. Además, la Marina y el Ejército son buenas opciones para aquellos cuyas familias no cuentan con recursos suficientes para pagarles una carrera, y lo más importante es que cuando egresan, automáticamente lo hacen con empleo bien remunerado.

Nos consta que la mayoría de los adolescentes están mejor preparados para el futuro cuando tienen un conjunto firme de reglas y límites y la disciplina para seguirlas. Esto puede constatarse en las escuelas militarizadas, donde para muchos recibir disciplina siendo jovencitos ha sido la clave para tener éxito como adultos.

Anexo "1"

Pasaporte para lo prohibido

Cuando somos adolescentes corremos prisa por llegar a la mayoría de edad. Lo que ahora es una urgencia por obtener la credencial del INE, que demuestra que ya somos ciudadanos, antes lo era con la Cartilla del Servicio Militar Nacional. Para los de mi generación, tenerla era como poseer un pasaporte para lo “prohibido” en aquellos años de los 70: entrar al billar, a la cantina, al cine de ficheras o al burlesque. Sentirnos hombres, pues.

-¿Ya tienes tu cartilla, chamaco? –preguntaban quienes franqueaban la entrada a esos lugares. Como muchos compañeros de entonces, nunca necesité de mi cartilla. Nos bastaba con la credencial de la Armada, como hasta la fecha.

Recuerdo que todo el trámite para obtenerla lo hicieron por mí en la Escuela de Grumetes, en Veracruz. Todos éramos anticipados, pues teníamos entre 16 y 17 años de edad. Un día nos llamaron uno a uno, firmamos el documento, estampamos la huella y nunca más volví a verla sino hasta 1994 cuando, comisionado en la Secretaría de Marina, la solicité y me la entregaron liberada… habían pasado 21 años desde que llegué “solo un año para liberarla”.

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