Virgen de Guadalupe: 3 epidemias ampliaron las fronteras de su imperio

Las trágicas epidemias de viruela, sarampión y tifus del siglo XVI popularizaron el culto a la Virgen de Guadalupe en México.

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La Virgen de Guadalupe es la sanadora por excelencia de los mexicanos. Foto: Reforma.
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La Virgen de Guadalupe se coronó como Emperatriz de América gracias a las epidemias en México.

Sucesivas “plagas” de viruela, sarampión y tifus aceleraron la extensión de su culto entre los aztecas y, luego, entre los pueblos originarios de México y América. 

Según el Anuario Pontificio 2019, de los 1,313 millones de católicos bautizados al día de hoy en el mundo, el 48.5% vive en occidente. De estos, la mayoría consagra su vida a la Virgen del Tepeyac.

En 2020, la popularidad de Tonantzin hace sonrojar a otros templos católicos: cada año visitan su basílica 23 millones de personas cuando Nuestra Señora Aparecida, en Sao Paulo, acoge a 11 millones y San Pedro, en Roma, sólo recibe 7.7 millones.

Pero este extraordinario y vibrante movimiento religioso pudo haberse extinguido en las escarpadas peñas de Texcoco en el siglo de las apariciones.

[Foto: Redes sociales / Epidemias en México, Secretaría de Gobernación, 2018]

La primera epidemia de viruela importada de 1520 se desató con tanta fuerza y se multiplicó con tal rapidez que la resistencia indígena de la sitiada Tenochtitlan estuvo a punto de desaparecer. Cuitláhuac, sucesor de Moctezuma, murió ahí junto a los suyos.  

La segunda plaga de sarampión de 1531 no sólo arrasó con los territorios aztecas, sino que se extendió al occidente. La leyenda popular apunta a que Juan Bernardino, tío del indio Juan Diego, salvó la vida gracias a la aparición de la Virgen de Guadalupe. 

La tercera peste, que evolucionó por cinco años, de 1576 a 1581, propagó el tifus, una enfermedad que se transmite con el intercambio de piojos, en territorios cuya población ya había cedido a las emergencias sanitarias anteriores. 

Consuelo espiritual guadalupano, una vacuna ancestral

Se calcula que entre 1520 y 1581 la población nacional indígena quedó reducida a dos millones y contando, pues en los siglos XVII y XVIII las enfermedades importadas por europeos y africanos continuaron causando estragos entre la población. 

“Sólo el consuelo espiritual fue considerado el mejor y único remedio” frente a la enfermedad en esa época”, aseguran los investigadores Angélica Mandujano Sánces, Luis Camarillo Solache y Mario A. Mandujano en “Historia de las Epidemias en México”.

Y fue esa fe la que significó para la Virgen de Guadalupe un pasaporte a la posteridad. 

[Foto: Fuente de la Villa de Guadalupe. Detalle. Pixabay]

Tanto nativos como españoles creían que las epidemias eran un castigo divino. Y, aunque algunos conquistadores consideraban que la enfermedad era consecuencia de la “embriaguez e idolatría” de los indígenas, existen también autores de la época que aseguran que los pueblos originarios abrazaron la nueva fe debido a su piedad, devoción y sinceridad.

“Los nuevos católicos se procuraron con las devociones del culto un gran consuelo espiritual. Por eso la Nueva España fue campo propicio para las devociones populares, entre las que se encuentra como la más importante la de la Virgen María, que fue venerada por miles de enfermos indígenas recién convertidos”, explican los catedráticos. 

Desplazados por las epidemias masificaron el culto mariano 

Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de México, la Virgen de la Salud en Pátzcuaro, Nuestra Señora de Ocotlán en Tlaxcala y Nuestra Señora de los Remedios tienen un punto en común: emergencias sanitarias regionales como las que vive el mundo este año 2020 a causa de la enfermedad Covid-19.

Mandujano, Camarillo y A. Mandujano refieren que las consecuencias de las enfermedades en el Nuevo Mundo fueron graves. “El gobierno español se vio precisado a legislar cerca de ellas, estableciendo hospital y eximiendo a los indios de tributos y pagos cuando fuesen atacados por el mal. El monarca Carlos I dictó en 1546 una ley para que se revelase de los tributos a los indios que sufrían de epidemia”.

Cuando el mexicano sobrevivía y reiniciaba su vida, se veía obligado a emigrar a territorios menos peligrosos y con una tasa de contagios menor. Este movimiento comenzó a dibujar el Imperio de Guadalupe en el continente. 

Tres siglos después de las apariciones a que hace referencia la tradición católica mexicana, la Virgen Morena se fijó no sólo como un símbolo religioso sino como un elemento de la identidad nacional y el movimiento de independencia, comandado por Miguel Hidalgo y Costilla. 

[Foto: Grabado novohispano de la virgen de Guadalupe. Redes sociales / México Desconocido]

En el año 2002, cuando Juan Pablo II elevó a los altares a San Juan Diego, el mundo guadalupano experimentó un nuevo impulso internacional. 

Después del Santuario de la Ciudad de México, ubicado a los pies del Tepeyac, la fiesta en honor a Tonantzín más popular es la de Chicago, en los Estados Unidos. Ahí, en el barrio de Des Plaines, cada año se congregan hasta 400 mil personas para celebrar a su patrona. 

¿Habrá más fe en la Virgen de Guadalupe en el futuro?

En entrevista con Sipse, el maestro en Filosofía Jorge Luis Ortiz Rivera explica que la grandeza del ser humano radica en la combinación de fe y ciencia que subyace en su mente. 

“Si tenemos los pies sobre la tierra tenemos que mirar siempre hacia arriba. En un futuro, quizás, sin decirlo a la ligera y habría que pensarlo, es menester aclarar que lo que tendería a desaparecer serían las grandes religiones, las congregaciones organizadas, pero no la fe”, compartió. 

En su opinión, es posible que en los próximos años se buscarán espacios de expresión de fe más compactos, religiones más familiares, que tienda a comunidades de inserción e incluso, aunque suene contradictorio, se daría el concepto de “mi propia religión”. 

“Puede que transite hacia allá la fe. Pero creo que la fe como tal no desaparece, sino que podrían desaparecer los modelos institucionales de fe ya establecidos”, dice.

[Ortíz Rivera, actual coordinador de la carrera de Filosofía en la Universidad Intercontinental en la Ciudad de México. Foto: Captura de pantalla]

De acuerdo con el libro “El instinto de creer”, de Jesse Bering, existe algo en el cerebro que facilita la comprensión de Dios como un modo de instinto de conservación. El instinto humano por conservar la salud, la vida, la integridad sobre aquellas cosas que superan la capacidad inmediata. 

Bering refiere que la fe supone más allá de lo fisiológico, supone al hombre entero, con cuerpo, alma y espíritu. A este todo del ser humano se le incluye lo fisiológico. 

En tanto, para Ortiz Rivera existe una relación tan estrecha entre Guadalupe y salud.

“No podríamos visualizar a María en el Tepeyac, como tampoco en Lourdes, si no tiene referencia a la salud”, asegura.

Sin embargo, y a pesar de esta “inquebrantable fe”, las puertas de la Basílica de Guadalupe permanecieron cerradas este 12 de diciembre por órdenes de las autoridades de la Ciudad de México. 

El tradicional y colorido fervor no se verá este año porque el país está asolado por un repunte de casos de coronavirus.

Un día antes de las tradicionales “Mañanitas a la Virgen”, México asistió al día con más contagios en 24 horas: 12 mil 253 casos y la tendencia sigue a la alza. 

Leyenda de la Morenita del Tepeyac 

Tras la Conquista surgieron las primeras familias indígenas cristianas en los alrededores de Tenochtitlan. 

Una de ellas fue la de Juan Diego. Se dice que el sábado 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco experimentó la primera aparición de la Virgen María. Ella se le mostró en posición de oración y le dijo que le pidiese al obispo de la diócesis de la Ciudad de México, Juan de Zumárraga, que le construyeran un templo en aquel lugar.

En el primer encuentro el obispo se negó a creerle y ante ello la Virgen invitó a Juan Diego a insistir. Juan Diego volvió a encontrarse con el prelado, quien le pidió pruebas de su dicho.

El lunes 11 de diciembre de 1531, Juan Bernardino, el tío de Juan Diego, enfermó de gravedad por culpa de la peste que asolaba al país.

El martes por la noche Juan Diego caminaba hacia la ciudad a buscar a un sacerdote para que le administrase los últimos sacramentos a su tío y, al pasar por el Tepeyac, se le volvió a aparecer la Virgen, la cual le consoló y le prometió que su tío se recuperaría pero a cambio tendría que subir al Tepeyac a recoger unas flores.

A pesar de la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró en la cumbre unas hermosas rosas que colocó sobre una manta para entregarlas a la Virgen.

Mientras Juan Diego caminaba a la ciudad de México para ver de nuevo al obispo, la Virgen de Guadalupe se apareció a su tío Juan Bernardino y lo sanó. Al mismo tiempo, Juan Diego abría su manta ante el obispo dejando caer las flores al suelo, y de inmediato los pétalos de las rosas formaron la imagen de la Virgen de Guadalupe.

 

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