Emigrar debe ser sinónimo de aportar

La decisión de emigrar es casi siempre producto de una condición precaria de vida en el lugar de origen...

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La decisión de emigrar es casi siempre producto de una condición precaria de vida en el lugar de origen. Por supuesto que hay casos de emigraciones por matrimonio, por oferta de trabajo o por motivos de salud pero la mayoría de las emigraciones son por motivos económicos, por la falta de esperanza en el lugar de nacimiento o por guerras e inseguridad.

El emigrante trae consigo un bagaje de esperanzas, traumas y predisposiciones como un pesado fardo a su nuevo hogar que no debe volcar en medio de la sociedad que lo recibe. La nación que acoge a los emigrantes debe beneficiarse de la diversidad cultural de los recién llegados y los éticamente justo es que tenga que modificar de la menor forma posible su entorno o sus costumbres para acoger a los invitados.

Es muy sencillo, los emigrantes venimos a ocupar un espacio en casa del vecino, éste nos acoge, pero no tiene por qué mantenernos más de lo humanamente correcto. Nuestro papel es empezar a aportar para nuestro propio sustento y ayudar para que nuestro nuevo hogar se enriquezca con nuestra llegada; no es el papel del emigrante pedir a gritos en su nueva patria lo que no fue capaz de pedir a gritos en la suya.

Mucho menos debe traer vicios o delincuencia a su nuevo hogar. Si nos invitan a una casa o tocamos la puerta con desesperación buscando ayuda no es correcto que entremos haciendo daño, sino con el mejor ánimo de integrarnos a la vida y la rutina de la tierra que nos acoge. La emigración es como adicionar sazones diferentes al cocido de la vida nacional.

La integración de las culturas en un buen tono crea un ambiente insuperable para la convivencia y para el desarrollo. De ahí el éxito de sociedades conformadas por emigrantes donde el “melting pot” (olla de cocido donde se mezclan todos los sabores) como lo llamó el historiador Alexis de Tocqueville, es un guiso excelente para el progreso.

Sin embargo, la delincuencia proveniente de refugiados o de emigrantes es uno de los males más tristes de la humanidad; haberle abierto las puertas a un extraño y que éste, en lugar de ayudar se dedique a delinquir o a hacer daño es lamentable y pone en entredicho toda la bondad que en un principio hizo posible la emigración.

Los hechos violentos cometidos por refugiados en el mundo entero ponen en riesgo todo el esfuerzo de millones de personas de buena fe de apoyar la emigración controlada y la ayuda a refugiados. Pagan justos por pecadores.

Mi criterio es que la legislación penal para crímenes cometidos por emigrantes debe ser mucho más severa; es un enfoque controversial, pero podría poner un punto de calma en la creciente marea de voces antinmigrantes. El refugiado que comete un asesinato no debe ser juzgado por el mismo criterio que un nacional, su crimen es el doble de condenable dado que abusa de la sociedad en sí y de la noción misma de bondad y ayuda que lo puso en ese lugar. No se puede ir a casa del vecino a pedir ayuda y matarle a la familia o robarle, eso es simplemente malvado.

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