La agonía de lo inevitable del actual gobierno
Nunca ha habido tal nivel de popularidad, avasallador. El nuevo gobierno se campea...
Nunca ha habido tal nivel de popularidad, avasallador. El nuevo gobierno se campea a sus anchas en un desfile de victoria y el pueblo lo aplaude y lo vitorea a todo pulmón. El escándalo y las serpentinas no dejan oír las notas de las calificadoras internacionales que constantemente bajan el valor de los bonos mexicanos y de las proyecciones de certidumbre de inversiones. Una inversión financiera toma en cuenta no solo al mercado de exportación sino al mercado local y a la certidumbre de las leyes y regulaciones a largo plazo, y eso no lo está brindando el gobierno de Morena a sus cien días de trabajo.
El fiasco digno de rabieta de infante con la cancelación del NAICM con una toma de decisiones al respecto completamente poco profesionales y amañadas dejó un amargo sabor de boca a los inversionistas extranjeros y se detuvieron muchos proyectos ya aprobados para este año. El crecimiento económico será un milagro si supera el 2%, muy lejano del 4% prometido por AMLO en su primer gobierno y es que la economía no tiene orientación política, ésta funciona o no y si fuera una persona, sería una anciana histérica, paranoica y recelosa.
Pero no importa, la fiesta no para aún. El ruido ensordecedor de destituciones ejemplarizantes, de luchas bíblicas contra el Huachicol (pero sin ni un solo detenido de alto nivel en el más masivo expolio público de la historia de México), las conferencias mañaneras, las sonrisas, las coloridas guayaberas regionales, las fotos volando en clase turista y los rituales de usos y costumbres con pollos degollados nos nublan la vista con el humo del copal, la prensa amarillista y los flashes de los fotógrafos.
No dejan oír a los desempleados del sector público, a las advertencias de que la cancelación del aeropuerto ha resultado en un desastre financiero de penalizaciones y pagos que superan el presupuesto original, a las calificaciones descendientes de las entidades financieras globales, a la militarización del país a discreción del ejecutivo, al aumento de la violencia, al crecimiento económico mediocre, a la posibilidad de una reelección en 6 años, a la lenta pero constante espiral descendente.
Un país no es una cantina, es un organismo vivo y duro de domar, no se puede gobernar con infantilismos y con medidas impulsivas. La fiesta irá terminando y los insumos se irán acabando; el problema es que para cuando se volteen y boquiabiertos dejen caer el vaso de confeti, que justo iban a lanzar, preguntándose cuándo todo se fue al infierno ya será demasiado tarde.
La clarividencia le llega a los pueblos de nuestra América siempre al final. Se dan cuenta del error cuando el refrigerador se empieza a vaciar y el transporte deja de pasar. Ya entonces nadie recordará los que lo avisaron, sólo tendrán oídos para buscar culpables y con una sola voz dominando el espectro siempre habrá donde repartir culpas fuera del gobierno. Destruir el camino andado en estos 19 años de democracia es rápido, volverlo a retomar nos llevará otros 19. Ojalá me equivoque.