Los vacíos del poder

Pareciera un despropósito: cuando el gobierno de Andrés Manuel López Obrador debiera fortalecer...

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Pareciera un despropósito: cuando el gobierno de Andrés Manuel López Obrador debiera fortalecer la imagen institucional debido a cuestionamientos y reveses en áreas sensibles, quienes navegan con la bandera de su partido, o son sus representantes, no logran afirmarse con solvencia. Ni ellos mismos, ni mutuamente para “hacer equipo”.

Ayer el senador por ese partido, José Luis Pech Várguez, sostuvo que el delegado federal en Quintana Roo, Arturo Abreu Marín, apodado “superdelegado” desde su presentación, no tiene facultades para elegir a los encargados de las dependencias federales en la entidad y solamente fungirá como “supervisor”, según la nueva Ley de la Administración Pública.

“De acuerdo a cómo ha quedado la ley los nombramientos ya no son un tema que le corresponda a Abreu, sólo le corresponderá a la Secretaría del Bienestar. Abreu ya no va a nombrar; a él sólo le va a tocar la supervisión de las demás áreas, el resto de las competencias queda en manos de los mismos secretarios correspondientes, quienes harán los nombramientos”, afirmó Pech, uno de los que disputa el control del partido y quien anda de gira presumiendo “logros”.

En efecto, la ley aludida por el legislador es irrefutable. Sería absurdo expresar lo contrario. Lo llamativo de la precisión es la forma y no el fondo; es decir, la manera de manifestar que Abre no tiene voz ni voto, dejándolo fuera de la jugada una vez más. De inmediato los analistas preguntan con sospecha: ¿A quién es que apoya Abreu? En referencia a los adversarios internos de Pech.

Han sido recurrentes las ocasiones en que dirigentes y referentes no le dan su lugar. Ha quedado en el olvido aquella figura plenipotenciaria que en algún momento se le atribuyó, la cual lo posicionó, incluso sin méritos ni requisitos comprobados, entre quienes pudieran aspirar hacia el 2022. Hoy, nada de eso tiene asidero.

Lo peor es que la culpa es de los morenistas, quienes no han entendido que el Presidente necesita institucionales aun cuando en su discurso tiende a desligarse de la tarea partidista; no han privilegiado la política de los consensos entre las y los que ostentan un liderazgo natural; no han procurado divulgar con éxito los avances –que los hay–, ni han podido aclarar a tiempo las discrepancias que parecen divisiones.

A más de un año del triunfo de López Obrador y a casi uno también de la administración federal funcionando formalmente, son tragicómicos los vacíos del poder. No solo el “superdelegado” se desinfla.

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