El triunfo de Morena: Fiesta y resaca
Ya terminó la euforia, queda la tornamesa de la fiesta que será la toma de posesión...
Ya terminó la euforia, queda la tornamesa de la fiesta que será la toma de posesión y el esperado discurso de inauguración que es el más cuidadosamente preparado por los políticos vencedores. Esperemos ver qué pasa por fin, a ver si ahora que se “despeje el Peje” nos saque de la incertidumbre de no tener ni la más celestina idea de para dónde van los tiros. El populismo infantil de sus propuestas de solucionar por arte de magia la crisis que nos engulle se va transformando en madura seriedad y va llegando la hora de pagar la cuenta de la borrachera de promesas y de regalos comprados con crédito de futuro.
Vivírsela en la oposición es fácil, nomás tienes que decir que no a todo y que el que está es un inepto, luego como tratamiento capilar: enjuague y repita. Al cambiarse los papeles viene a ocasión el refrán de que “se nada muy bien fuera del agua” y veremos los portentos de que reconozcan que no es nada fácil gobernar y muchísimo menos hacerlo bien y peor sin más recompensa que la certeza del deber. Somos latinos, no nos engañemos y nuestro flamante gobierno de esperanza es más latino que los frijoles y tarde o temprano pecará de no ser sueco ni de tener un gran sentido del sacrificio, dicho sea de paso: no querría un presidente de alma nórdica, muy aburrido eso.
La visión romántica de cuadros ultraizquierdistas va transformándose en dejar personas con más experiencia de gobierno y posiciones más conciliadoras, cambiar a Vasconcelos y su preocupante retórica de resentimiento y chavismo light por el colmilludo Ebrard es una jugada magistral y ojalá lo deje más cerca de poder competir en el 2024.
Todo acompañado de la proclamación de mensajes tranquilizadores y aplomados sobre estabilidad financiera y el noviazgo reluciente con el empresariado van dejando el camino más llano a un gobierno razonable. Obviamente, pensar que un presidente iba a machacar a la clase empresarial cuando ésta es la que genera 9 de cada 10 empleos es por no llamarlo de otra manera: muy grave.
Sin embargo, a pocos días del triunfo todo pinta bien. Es ahí donde puede surgir el cisma; no se puede llevar a cabo un gobierno de conciliación e inteligente mientras a la vez se “queda bien” con los sectores más reaccionarios del voto duro de Morena.
Estas vertientes no desean un país rico y próspero sino generalizar por resentimiento y (¿Por qué no?) envidia las carencias que padecen los que le dan legitimidad a sus reclamos. He ahí el secreto del fracaso de los gobiernos basados en ideologías de ultraizquierda: la persecución de la riqueza en lugar de la lucha contra la pobreza.
El nuevo gobierno deberá escoger sus batallas pues lo variopinto de su esquema de campaña no tiene nada que ver con su aparente idea de gobernar para todos, de hablar bonito con Trump, de atraer inversiones, de hacer trenes y carreteras. Tarde o temprano tendrá que patear varios pesebres para lograr un verdadero proyecto de futuro sin infantilismos ni acciones caprichosas como deshacerse del avión presidencial (a ver cuando tenga que ir a Europa a una cumbre con una franquicia de 25kg de equipaje y la mitad de su equipo no llegue porque la línea aérea canceló el vuelo) o eliminar el Estado Mayor Presidencial con el nivel de apoyo logístico que éste implica. Lo tendrá que implementar pero con otro nombre, ténganlo por seguro y tendrá que arrendar un avión igualito al que quiere vender. De cambios a la constitución ni hablo, estamos tomando tranquilo compa…