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La democracia representativa no es perfecta, es el sistema que por su propia condición orgánica permite la mayor cantidad de brechas para influencias. Se contrae sobre si misma bajo el peso de sus propias virtudes como la legalidad de los derechos y la libertad de expresión.

Virtudes que en muchas ocasiones actúan como cánceres que corroen el sistema desde dentro. Sin embargo, el círculo virtuoso de la sociedad vigilante y envuelta en el debate constante no puede más que dejar el bien a la larga.

Este estira y encoge de reclamos y denuncias mezclados con argumentos o propuestas tiene como su columna vertebral la libertad de expresión y de asociación inherentes de nuestras sociedades. Al perderse la libertad de expresión, incluso en una mínima fracción, sobre el más insignificante tema se genera un silencio y se abre la brecha para el control de la sociedad a través de la información que es la característica más nefasta de los regímenes totalitarios.

La reciente película “The Post”, dirigida por Spielberg y protagonizada por Meryl Streep y Tom Hanks muestra uno de los períodos más agitados de la historia de los Estados Unidos. Envueltos desde años en una guerra sin razón en Vietnam, cae en manos del New York Times documentación muy álgida que mostraban el conocimiento del gobierno estadounidense de la inutilidad de la guerra y de su inevitable fracaso.

Al publicarse la información, la Casa Blanca se enfrasca en silenciar el fraude que ha costado la vida de decenas de miles de jóvenes estadounidenses y demanda por “Divulgación de secretos de estado” al prestigioso tabloide.

Es entonces que, al recibir el resto de la información, ésta cae en manos del Washington Post y de su dueña Kay Graham (Meryl Streep) y del editor en jefe Ben Bradlee (Tom Hanks). El drama del filme se centra en la disyuntiva de ambos, en especial de la mal apreciada (por ser mujer) Kay Graham y del apasionado Bradlee de arriesgar incluso su libertad con tal de proteger el derecho del pueblo estadounidense de conocer la verdad a toda costa. La denuncia de la inutilidad de la pérdida de vidas y del despilfarro de recursos no podía ser sólo decisión de la Casa Blanca y del Pentágono.

La decisión del Post de publicar la historia sin importar las consecuencias llevó a una verdadera revolución que a la larga terminó con la guerra y eventualmente con el gobierno de Richard Nixon. El compromiso de los comunicadores con la ética de la libertad de prensa y con sus lectores los lleva a convertirse en paladines de la democracia y del progreso.

Tal como se menciona en un momento del filme: “La prensa tiene que estar al servicio de los gobernados, no de los gobernantes”. La libre prensa es la única herramienta inmediata que tiene la sociedad para fustigar los abusos y los errores de los gobernantes. Es por eso que los déspotas declarados (y los que esperan declararse) siempre han fustigado a la prensa y a la televisión. Nos irá muy mal si alguien en el poder logra cortarle la lengua a nuestros medios. No lo permitamos nunca.

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