Para cerrar el año

A punto de cumplir casi otro año borrascoso para la humanidad algunos sucesos parecen darle sentido...

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A punto de cumplir casi otro año borrascoso para la humanidad algunos sucesos parecen darle sentido y esperanza al futuro de la vida en sociedad, que, aunque se avecine de nuevo la incertidumbre de las nuevas variantes del Covid-19 se puede esperar que se tomen mejores decisiones para el bienestar y salud de todos los seres humanos.

El domingo pasado se concluyó un ciclo de elecciones y cambios políticos en América Latina con el triunfo del candidato progresista Gabriel Boric en Chile.

Esto resulta significativo si reconocemos el pasado tormentoso que después de medio siglo se estacionó sobre el pueblo chileno con el golpe de estado, la dictadura de Augusto Pinochet y la intensificación del capitalismo “neoliberalismo” con la imposición de políticas sociales conducidas por los intereses imperialistas de Estados Unidos, que lejos de brindar mejores condiciones a los ciudadanos solo remarcó las desigualdades en campos como la salud y la educación, razón que propiciaría la insatisfacción de los chilenos.

Esto ocasionó el surgimiento de la movilización social iniciada en octubre de 2019 por un grupo de estudiantes que se manifestaron debido al alza del precio del transporte público, las protestas se intensificaron provocando la represión militar del gobierno de Sebastián Piñera.

El estallido motivó que en el 2020 diera como resultado la votación para una nueva Carta Magna que eliminaría la propuesta de 1980 por Pinochet,  el resultado fue que más del 70% de la población apostó por el cambio, como ahora lo ha hecho con la elección de la candidatura de Boric.

Sin duda podemos deducir un sinfín de interpretaciones y entender este fenómeno desde distintas perspectivas, pero si algo es visible es que ante la radicalización de gobiernos conservadores que privilegian la acumulación de la riqueza para monopolios en donde la población queda exenta del beneficio, la ciudadanía no solo la chilena ha dado vuelta de tuerca, como también ha sucedido recientemente con la victoria de Xiomara Castro, electa como la primera presidenta de Honduras tras varios gobiernos de derecha que no cumplieron las expectativas ni demandas del pueblo.

Aún nos queda esperar que estas administraciones den respuesta a las necesidades ciudadanas que se han agudizado con la pandemia, como la pobreza que se ha acrecentado, la reducción del poder adquisitivo cada vez más insuficiente para las necesidades básicas, los servicios de salud que se han privatizado, el desempleo y otros resultados de estas políticas neoliberales.

Todo esto parece dar a nuestra Latinoamérica un suspiro de esperanza, sabemos que estos cambios no son la culminación de un proceso sino la continuidad de la revolución de las conciencias que resisten y reiteran la urgencia de un mejor futuro.

Memoria colectiva

Para algunos la memoria es un recuerdo vivo, algo que permanece insomne entre el cúmulo de eventos, hechos y experiencias que sucedieron y, que de alguna manera, nos conmocionaron de forma que los conservamos íntegros para compartir o los resguardamos porque a veces el silencio es más conveniente, para esto quedará la disyuntiva. Para otros la memoria es sólo instantes aislados entre los que nunca será necesario o relevante traer al presente ni evocarlos, porque no son trascendentes, para estos casos es mejor olvidar, negar o ignorarlos.

De ésta vasta memoria que acumularemos reconoceremos las que serán apropiaciones individuales, entrañablemente nuestras; pero también si somos lo suficientemente humanos haremos nuestras las experiencias colectivas, porque es así como la memoria se enriquece al integrar lo que compartimos, de aquello que cargado de significado nos lo apropiamos para rescatarlo del olvido.

Es así como enlazamos una conexión colectiva basada en la memoria, en la que construimos una historia mutua, de tal manera que nos sensibilizamos para comprender todo lo que converge y de cierta manera nos sucede, por eso muchos de los hechos  acaecidos en el pasado recobran vigencia, por no apuntar que son permanentes, es decir, que trascienden generaciones, no intentando revivirlos, sino que tenemos en frente la oportunidad de comprender y reflexionar.

En estos días que dolorosamente se conmemoran sucesos como el caso de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa en 2014 y la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, observamos el recuerdo que pervive, que indigna y que resulta decepcionante que aún no se haya logrado esclarecer las acciones llevadas a cabo en ambos casos por los aparatos policiales y militares del Estado

En la búsqueda de la verdad, de la resistencia al olvido, encontramos que el enemigo de la memoria es la manipulación y la mentira cuando se intenta tergiversar lo que la realidad no puede negarse, sin embargo, es del abismo de la negación de donde intentamos rescatar un atisbo de verdad; al día de hoy seguimos recolectando anécdotas de estos hechos que parecen lejanos, en donde algunos al ser testigos secundarios se hacen copartícipes de esta evidencia que se vuelve propia, de tal manera que se suma a nuestro deber mantenerla en la memoria.

Por eso, las expresiones manifestadas son una forma de recuperar el recuerdo para traerlo al presente como un acto que invita a reforzar la conciencia colectiva, aquella que nos une y quizás también se convierte en un buen momento para detenernos a pensar qué tanto hemos contribuido a mantener esta memoria viva.

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