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Por: Rafael Destúa

Un graduado de la escuela de cine suele tener mejores expectativas de vida como taquero que como cineasta. Todos quieren ser el próximo gran director pero muy pocos logran hacer una película, incluso barata y apenas una minoría avanza mas allá de esa ópera prima. La ventaja es que tienes algunos filmes de prueba antes que la prensa te preste atención, a menos que seas Jonás Cuarón y la fama de tu padre te lanze a los leones demasiado pronto.

“Desierto” sigue a un grupo de migrantes guíados por un mesiánico Moises (Gael García Bernal) hacia la tierra del demoniaco Sam, quien rifle en mano y con su fiel perro asesino empieza a masacrarlos. Un libreto simplista que no habría llamado la atención en manos de otro director primerizo y menos sin un Trump que promete más miserias a los migrantes.

El guión da al bueno todas las cualidades y al malo todos los defectos, sin profundizar, pero ¿el bueno es bueno por ser pobre, migrante y mexicano?, ¿el malo lo es por ser gringo? No, héroe lo es por buscar crearse un futuro con una actitud de servicio y solidaridad; su antagonista mata gente sin motivo, un acto de maldad en sí mismo. Todo más allá de la nacionalidad, pero al colocar la historia en la frontera norte de México, es fácil caer en conclusiones erróneas.

En realidad la película es un filme de suspenso y supervivencia de buena calidad, aunque predecible.

Es un buen ejercicio visual y narrativo para Jonás Cuarón, al manejar encuadres caídos en el desuso, como las tomas panorámicas y tener algunas buenas secuencias de edición. Nos sabe mantener atentos y emplea la estridente música de fondo para acentuar la tensión hasta el climax.

García Bernal y Jeffrey Dean Morgan trabajan sus papeles bien, tratando de interiorizar en lo posible a sus personajes, pero no tenían mucho de donde cortar. Los perros que interpretan a “Tracker”, la sangrienta mascota de Sam, les roban cámara.

La fotografía de Damián García es muy brillante, casi parece sobreexpuesta, para acentuar las sensaciones de calor, frialdad y soledad del entorno desértico de Baja California -donde fue rodada-. En varios momentos permite que sus tomas vibren para dar la sensación de realismo, de que el espectador esta ahí como un migrante más.

Un buen filme menor que incita conversaciones sobre el tema migratorio y forza posturas, aún cuando sus personajes sean caricaturas, pero que en sí mismo no propone nada específico.

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