“Tengo sed”

“Si Jesús se sacrificó por nosotros, ¿Qué vamos a hacer nosotros por Él?” Anónimo

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Terminamos la Cuaresma, para vivir  la celebración de la Pasión de Cristo, recordando los momentos dolorosos de Jesús. Donde los judíos juzgan a Jesús, Judas lo entrega, Pilatos se lava las manos y lo condena, los verdugos lo atormentan, los demonios los excitan. Se vivió una noche profunda, llena de tristeza y dolor.

Al ser apresado, todos sus seguidores lo dejan completamente sólo. Judas lo traiciona con grandes resentimientos, celos, avaricia. Pedro que inicialmente tiene buenos propósitos, lo niega. En  Caifás encontramos la soberbia, el odio, el sentirse casi dios; en Pilatos la cobardía, la estupidez, las medias posturas.

En Herodes la frivolidad, el cinismo. Claudia (la esposa de Pilatos) tiene delicadeza, sensibilidad para decir sus sentimientos a su esposo, lo quiso persuadir, con un gran sexto sentido. En los soldados encontramos las burlas, el oportunismo. En los fariseos la venganza, la envidia, la codicia. En la multitud  la versatilidad de pensamiento, la manipulación, la violencia. En el pueblo que se deja manipular, el no pensar. En el Cirineo la obediencia. En Juan la fidelidad, la entrega. En María Magdalena encontramos la fidelidad,  fortaleza, compañía.

El pueblo, todos aquellos que lo habían seguido mientras hablaba en parábolas, mientras sanaba a los ciegos, leprosos, la mujer que padecía flujo de sangre, que fue curada con solo tocarle el borde de sus ropas, cuando liberó a los demonios, cuando multiplicó los panes y los peces, al resucitar a  Lázaro. Optaron por gritar: “Crucifícalo” “Crucifícalo”, “Crucifícalo”, a pesar de haber visto sus milagros, a pesar de haber escuchado sus palabras de amor. Se dejaron manipular y gritaron exigiendo su crucifixión.

El juicio se lleva a cabo sin pruebas de los testigos, nunca se le encontró culpabilidad, además Cristo nunca proclamó su inocencia, en vez de defenderse ruega por los que lo crucificaron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

El amor de Jesús crucificado es más fuerte que todos sus dolores, al mirar al ladrón bueno que está a su derecha, con la gracia de Jesús lo toca, y transforma el fondo de su corazón, el ladrón al sentirse cambiado le reconoce y lo confiesa como Dios, y lleno de contrición  dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés el paraíso”, y el Señor a pesar de sus dolores le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Jesús allí puso a nuestra disposición, del mundo entero y de todos los pecadores, sin importar nuestras ofensas su misericordia, su gran amor  por cada uno. Nos enseña que a pesar de nuestros pecados, a pesar del mal que hayamos cometido, siempre está dispuesto a perdonarnos, a darnos todo su amor y misericordia, cuando pedimos perdón. Por los méritos de la sangre que Jesús derramó, todos estamos llamados a la conversión. Solamente falta dar el paso hacia ese camino, buscarlo y confesar los pecados.

Estando a punto de morir, Jesús pronuncia otras palabras muy significativas, que llama mucho la atención, por ser una expresión de gran humildad: “Tengo sed”. Sed que a Jesús le atormentaba, por la gran pérdida de sangre,  era motivo de su angustiosa sed. Estaba sin fuerzas. Pero Jesús no se refería a esa sed física, sino a una gran sed de almas buenas, de personas de buen corazón que quieran seguirlo. Personas que estén dispuestas a vivir en la verdad, de levantarse frente a las caídas. De personas que estén dispuestas a seguirlo, a amarlo.

Tiene sed de la verdad y justicia que no se vivió con su juicio injusto, tiene sed, para que todos los hombres hablen, busquen y defiendan siempre la verdad, a pesar de las consecuencias que pudiera acarrear.

Después de dos mil años, Jesús sigue diciendo hoy en día “tengo sed” a pesar de no ser escuchado, a pesar de no ser escuchado por un mundo materializado, por un mundo consumista y hedonista, donde solo es importante el placer, un mundo donde se rechaza la religión y todo lo que tenga que ver con Dios. Este mundo vacío de Dios ha envuelto al ser humano en una gran espiral llegando a un vacío existencial de su vida.

En el olvido está la sabiduría cotidiana, que viene del amor que sólo Dios Padre, puede dar, cuando uno se acerca a Él, cuando el ser humano trata en la medida de sus posibilidades colmar esa sed, y llenarse de ese amor de Jesús, que implora desde su cruz; sed que se puede satisfacer  con actos fecundos, que trasciendan en el prójimo, en la propia familia. Jesús tiene sed del amor de cada persona, para colmarla con su amor y misericordia.

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