Trump y Merkel: el rinoceronte y el lince

La reciente visita de la canciller alemana, Angela Merkel a Washington fue una muestra más del contraste de la elegancia de la diplomacia teutona contra la violencia...

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La reciente visita de la canciller alemana, Angela Merkel a Washington fue una muestra más del contraste de la elegancia de la diplomacia teutona contra la violencia y la altisonancia del comportamiento del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Alemania es una nación que, luego de perder dos Guerras Mundiales, la última con resultados funestos; se convirtió en un ejemplo de la sutileza de la diplomacia de la vieja escuela. El primer canciller electo de la devastada Alemania de la posguerra, Konrad Adenauer, fue exponente de la magistral política internacional de un país que supo transformar el orgullo guerrerista en orgullo tecnológico y económico.

La posición de la Alemania de posguerra era muy delicada durante aquellos precarios años; cada intento de la nación de sobresalir en la escena mundial era, como es natural, visto de reojo por medio mundo que no olvidaba la barbarie que habían protagonizado pocos años antes. La nueva clase política alemana supo ganarse el respeto y la admiración por su firmeza y a la vez sencillez de posiciones. Tuvieron el tino de no confundir humildad con humillación y en menos de 20 años ya nadie miraba el recientemente temido escudo del Águila de San Juan con odio sino con respeto y comenzaron a ser tomados como ejemplo del arte de la política en circunstancias totalmente adversas.

Desde los tiempos del venerado Adenauer, cada uno de los cancilleres de Alemania ha sabido cuidar celosamente el prestigio político y diplomático de su nación.

Esta posición se afianzó aún más con la creación de la Unión Europea, de la cual Alemania se convirtió en su principal arquitecto junto con Francia; ambas naciones han dado el mayor ejemplo de reconciliación jamás visto en la especie humana y sus decisiones pendulan juntas como un delicado mecanismo de estabilidad y cooperación.

La franqueza de la relación de ambos llama la atención por su contraste con las frases altisonantes y desplantes de Donald Trump se antojan como los gritos de una persona vulgar ante la suavidad y la elegancia de la canciller alemana.

La genialidad de Merkel de comenzar su alocución conjunta con frases de agradecimiento a los Estados Unidos como garantes de la recuperación alemana opacaron las agresiones verbales de un hombre sin el tacto necesario para pararse lado a lado con los grandes del mundo.

La cooperación de decenios entre ambas naciones fue llevada a nivel de discusión de barra de bar por este personaje que atacó los convenios de cooperación entre ambos. Sólo salvó su grosería la mención de su admiración por Alemania como aportadora puntual de recursos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y como una nación formadora de profesionales.

La reacción de Alemania ante estos temas estoy convencido que será a la larga del mismo calibre que heredaron Adenauer y Helmut Kohl, firmeza, sencillez y jamás un tono altisonante entre naciones. Nobleza obliga.

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