Un mensaje para todos
En 1977 llegó por primera vez a mis manos. Veinte años después la desempolvé para anexarla a un reclamo...
En 1977 llegó por primera vez a mis manos. Veinte años después la desempolvé para anexarla a un reclamo a una dependencia de gobierno y funcionó al grado de que el delegado la repartió entre su personal que atendía a la ciudadanía que acudía a realizar algún trámite. Me refiero al “Mensaje a García” o la “Carta a García” como también se le conoce.
En estos tiempos difíciles, la he vuelto a leer y comprobé que sigue vigente, que en este momento en algún lugar del planeta hace falta alguien para llevar “el mensaje a García”. Este ejercicio literario, escrito por Elbert Hubbard en las postrimerías del siglo XIX y reproducido en casi todo el mundo, puede analizarse desde varias perspectivas, pero todos coinciden en que es motivante.
Es difícil hacer un resumen de su contenido en breve espacio, baste decir que “llevar un mensaje a García” –acción encomendada a un hombre llamado Rowan, en el escenario de la guerra por la independencia de Cuba– consiste fundamentalmente en completar misiones y objetivos sin poner excusas, pretextos o justificaciones, sino enfocarse única y exclusivamente al logro del objetivo. Esto se resume en un fragmento de la carta:
“El mundo confiere sus mejores premios tanto en honores como en dinero, a una sola cosa: a la iniciativa. ¿Qué es la iniciativa? Puedo definirla en pocas palabras: hacer, lo que se debe de hacer, bien hecho, sin que nadie lo mande. A esta persona le sigue aquel que lo hace bien cuando se le ha ordenado sólo vez, es decir, aquellos que saben llevar la carta a García”.
¿No le parece que hay mucha gente que necesitaba saber de este mensaje? Yo lo enviaría a los funcionarios que pasan sin pena ni gloria en el cargo; a burócratas o empleados que solo esperan cumplir sus ocho horas para checar su salida, sin importarles si quedó algún pendiente; a los maestros que retiran temprano a sus alumnos para realizar su junta sindical o que se la viven protestando en las calles descuidando su misión de enseñar; a los estudiantes que incumplen con sus tareas; a los diputados que dejan para el otro día el trabajo legislativo… en fin, a esa gente que “nunca hace más de lo que se le paga, (pero que) nunca obtiene pago por más de lo que hace”.
Seguramente usted haría su lista con base en las experiencias que ha tenido con secretarias, cajeros de bancos, funcionarios de cualquier nivel, meseros, empleados de comercios, médicos y enfermeras, prestadores de servicios; en fin, gente que, como dicen los jóvenes, no da el “plus”. “Y esta atrofia de la voluntad, esta mala gana para remover por sí mismo los obstáculos, es lo que retarda el bienestar colectivo de la sociedad”, dice la misiva.
El texto íntegro del mensaje, que no tiene desperdicio, puede obtenerse en la red y nos permite comprobar que “el mundo los pide a gritos… está esperando siempre ansioso el advenimiento de hombres capaces de llevar la carta a García”.
Mandar y obedecer
Una de las máximas de la milicia es “mandará mejor quien mejor sepa obedecer”, establecida en los primeros artículos de los reglamentos de deberes militares del Ejército y la Marina. No es, sin embargo, una obediencia ciega, sino con un objetivo claro, que prepara para el ejercicio del mando al ir escalando las diversas jerarquías. En las escuelas militares y navales, por ejemplo, los cadetes llevan en su carrera esta formación, se les enseña a mandar, pero antes, a obedecer.
En la política debe ser lo mismo: disciplina y constancia y respeto a la legislación deben caminar en paralelo para actuar en consecuencia y asumir la responsabilidad del cargo. Alguien que desconoce a las instituciones o que tuerce la ley difícilmente tendrá los tamaños de un estadista. Y es que en situaciones de crisis social y económica como la actual, el país demanda un mandatario que concilie, no polarice; que dialogue con todos los sectores, no sólo con sus fieles seguidores; que trace rumbo definido hacia proyectos que garanticen el desarrollo del país. Demanda México un líder fuerte, que no se victimice ante la crítica, que reconozca desaciertos, que concilie con sus opositores y fomente la unidad y la armonía entre sus gobernados.