184 años de Medicina yucateca

Sin modelos 3D ni prototipos, estudiábamos largas horas en la biblioteca o los parques. Cada examen, cada mala noche, cada página estudiada se convertían en hierro y argamasa del sólido conocimiento de futuro galeno.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Anoche, desde el estudio de casa, veía por  la ventana  la pertinaz lluvia que  caracteriza las actuales tardes-noches de  Mérida.

Como fondo escuchaba a Di Blasio y aproveché revisar el programa  del 181 Aniversario de la Facultad de Medicina. Ipso facto  vinieron a mi mente momentos nostálgicos de abigarrados pasajes de mis años de estudiante  que matizaron el temple, carácter y amor de un servidor hacia la más noble y humana de las profesiones. 

Parece que fue ayer esa mañana de agosto de 1977, no había podido pegar los ojos en espera de los primeros destellos del alba que me anunciaban el inicio de una nueva etapa de mi ininterrumpido devenir sin retorno. Lo que menos pensé en aquel momento eran los cinco años de academia, uno de internado y como colofón el séptimo de servicio social. Poco más de 200 con bata blanca llegábamos por primera vez al edificio de la avenida aviación, “arrancando” con anatomía, luego embriología y así sucesivamente.

Sin modelos 3D ni prototipos, estudiábamos largas horas en la biblioteca o los parques. Cada examen, cada mala noche, cada página estudiada se convertían en  hierro y argamasa del sólido conocimiento de futuro galeno. 

En un abrir y cerrar de ojos, me vi en la T-1 Mérida del IMSS haciendo mi internado, poniéndome el Todopoderoso a prueba ese 1983, cuando mi padre ingresa por “angina de pecho” a terapia intensiva. Me enfrentaba a la fragilidad del ser humano y al reto del especialista para salvar una vida. No pasó mucho tiempo para que Don Chinto (+) me abrazara, lagrimara y disfrutara conmigo haber aprobado el examen nacional de residencias para entrar a Medicina Interna y luego a Reumatología.

Fresca en la memoria tengo aquella tarde del 27 de febrero de 1990, cuando uno de los pioneros y próceres de la Reumatología, el Dr. Gregorio Mintz (+), jefe del Servicio en el Siglo XXI del IMSS, me invitara a permanecer como médico de base en el DF;  honor al cual decliné, esgrimiendo que lo aprendido era para el servicio de los yucatecos.  

Desde entonces, cuántas satisfacciones, cuántos sinsabores, cuántas vivencias; cada paciente es un libro no sólo de Medicina sino de enseñanzas para la vida misma. Pacientes queridos, los menos abandonados. Cuánta impotencia ante la muerte a pesar del esfuerzo.

Finalmente, sirvan de homenaje estas pinceladas de “recuerdo profesional” a la cantera más destacada en el sureste mexicano: nuestra Facultad de Medicina. Miles de egresados han cumplido con la tarea de traducir lo aprendido en las aulas, con acciones que permiten vivir más años y con mejor calidad de vida a los moradores del Mayab.

Lo más leído

skeleton





skeleton