2015: ¿podemos ser un poco menos negativos?

Hay organizaciones de maestros que no quieren someterse siquiera a las más mínimas exigencias para mejorar sus capacidades.

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Tropezamos, una y otra vez, con la misma piedra. Ahí sigue estando, como una sempiterna asignatura pendiente, el tema de la educación: debido a la deficiente instrucción recibida, generaciones enteras de mexicanos tienen serias dificultades para entender el lenguaje escrito, para comprender instrucciones o para desempeñar tareas en un entorno laboral de creciente rigurosidad. Es cierto que ya se implementó una reforma educativa. 

Pero, hay organizaciones de maestros que no quieren someterse siquiera a las más mínimas exigencias para mejorar sus capacidades y que, por el contrario, reclaman airadamente que se les sigan otorgando las absurdas prerrogativas obtenidas en las épocas del corporativismo clientelar. Es verdaderamente asombroso que, en estos mismos momentos, esos grupos protagonicen acciones violentas de protesta y que, pretextando la defensa de sus intereses, dejen sin clases, cada que toca, a millones de pequeños en entidades como Oaxaca, Michoacán o Guerrero. Estamos hablando de una contravención mayor: la flagrante violación de los derechos de los niños de la nación mexicana. Y ¿quién los defiende, quién los ampara y quién los apoya? Pues, hemos visto que se quedan meses enteros sin escuela. 

Este país no sólo se ha envilecido por dejar que corra la sangre sino por desentenderse de lo más valioso que tiene, a saber, su infancia. ¿Tan difícil de resolver es un asunto de tan incontestable y apremiante importancia? Ustedes dirán.

Pasemos al tema de la seguridad: Felipe Calderón emprendió una decidida batalla contra las organizaciones criminales. Se olvidó, sin embargo, de que los fiscales y los jueces que tenemos no necesariamente cumplen sus obligaciones con solvencia —por no hablar de unos cuerpos policiacos tan corrompidos e ineptos, en su mayoría, que fue necesario recurrir al Ejército y la Armada para que se encargaran de la tarea— y, miren ustedes (y a guisa de ejemplo), así de enterado como estaba el hombre, junto con la gente de su entorno directo, de que decenas de alcaldes y funcionarios de Michoacán se habían aliado con los delincuentes (algo que luego nos ha resultado más que evidente a los ciudadanos de a pie), así de inútil fue su maniobra de detenerlos en el llamado “michoacanazo”: salvo un par de casos, no hubo casi manera de comprobar su conducta delictuosa y ahí andan ahora, ahí siguen, tan panchos y tan campantes mientras su comarca se cae a pedazos. 

Aquí sí que la tarea parece imposible: ¿cómo limpiar la casa? O, dicho en otras palabras, ¿cuánta gente hay que detener, en un primer momento, para luego enjuiciarla, juzgarla y dictarle severas penas de prisión? ¿Mil personas? ¿Diez mil o 50 mil? Eso de que los mexicanos somos mayormente buenos es tal vez cierto pero hay zonas de este país donde el porcentaje de canallas es demasiado elevado como para que se puedan garantizar las reglas de la civilización. 

Y, si al mero hecho de que los malnacidos ya están ahí añadimos la circunstancia de que el aparato legal con el que pudiéramos desactivarlos está singularmente podrido, entonces vemos la magnitud de la empresa. Ya no se trata únicamente de cortar el flujo de drogas hacia Estados Unidos (he dicho, varias veces, que la última de mis preocupaciones es que un manejador de fondos en Wall Street se atiborre de cocaína mexicana) sino de impedir que los cárteles de la droga, justamente porque su negocio tradicional se les está dificultando, secuestren y extorsionen a los indefensos habitantes de muchas comunidades.

Dentro de este panorama adverso, la economía parece una cuestión más solucionable; después de todo, la inversión extranjera sigue fluyendo, las reformas habrán de dar frutos a mediano plazo y México no ha dejado de ser una potencia industrial, a pesar de todos los pesares. En este sentido, debemos ser capaces de advertir las diferencias: no es lo mismo Aguascalientes que Guerrero y tampoco se pueden comparar los desempeños de Querétaro con los de Oaxaca. 

El drama de México es precisamente ése: es un país desigual que funciona a dos velocidades. Sin embargo, el furibundo pesimismo de los agitadores no sirve a la causa nacional y mucho menos la violencia de los vándalos. Y, admitiendo que la tarea de limpiar la casa parece prácticamente imposible, tenemos que reconocer que las cosas han mejorado inclusive en donde se creía que no había ya esperanza posible: ahí están, para mayores señas, Ciudad Juárez y Tijuana. También Nuevo León resurge luego de haber sufrido los embates de la delincuencia.

Por lo visto, la negatividad es también uno de los grandes problemas que enfrentamos. No propugno el optimismo idiota de los inconscientes. Pero, 2015 será mucho más amable para todos si dejamos de regodearnos en nuestros malignos denuestos. Mis mejores deseos para ustedes, amables lectores.

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