22 mil 322 desaparecidos. La cifra de nuestra vergüenza
Ese es el número que tiene el Registro Nacional de Datos de personas extraviadas o desaparecidas.
Después de casi dos años de tropiezos, feria de cifras, desinformación y la renuncia de un subprocurador encargado del caso, la semana pasada Mariana Benítez salió a poner un poco de orden y a informar dónde estamos respecto a las personas desaparecidas.
Veintidós mil 322 es el número macabro que contiene el Registro Nacional de Datos de personas extraviadas o desaparecidas.
Esto después de que, según explicó la subprocuradora, desde “el inicio de esta administración” se ha venido trabajando en la depuración de la lista y en la búsqueda de estas personas. Benítez enumeró varias acciones: “Actualización de las denuncias, averiguaciones previas, carpetas de investigación o actas circunstanciadas radicadas en las fiscalías y procuradurías estatales. Establecimiento de contacto con los familiares para actualizar la información. Identificación de posibles homonimias o duplicidades contenidas en los registros de dos o más procuradurías o fiscalías locales, y cruce de información con bases de datos de otras dependencias o instituciones”.
Después de un año y medio de trabajo se ha logrado quitar a 30 mil del macabro registro.
La mayoría, por cierto, localizados vivos.
¿De qué tamaño —cuántos hombres, cuánto presupuesto— debe ser el esfuerzo de un Estado democrático y responsable para buscar a sus ciudadanos? ¿Si al final resulta que en un sexenio desparecieron mil, dos mil, tres mil, cinco mil… cómo se explica, cómo se investiga, cómo se castiga?
Si entendí bien a Mariana Benítez, de los 30 mil depurados/localizados hay mil 224 localizados sin vida. ¿Cómo murieron? ¿Quién los mató? ¿Cuántas investigaciones hay para encontrar a los culpables? ¿Por qué murieron?
La resaca de la última década apenas comienza.
De cómo la enfrentemos depende la calidad de nuestro futuro. No tengo duda.
NOTA: El viernes pedí que me enviaran ejemplos que ilustran esa no extraña confusión entre lo folclórico y lo jodido. Es decir, aquellas instancias en donde el comportamiento ilegal de los mexicanos es simplemente el resultado de una omisión u acción de la autoridad y no de nuestro supuesto “carácter cultural”. Gracias. Estoy definiendo qué hacer con sus muchas respuestas para darles el despliegue que merecen. Por lo pronto, síganle: [email protected].
Twitter: @puigcarlos